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Los acontecimientos internacionales y nacionales recientes dejan en claro varias cosas que discrepan de las directrices y las modalidades del pensamiento chavista. Esas discrepancias tienen implicaciones para las políticas públicas, a corto y a mediano plazo.
Con respecto a la invasión rusa a Ucrania y a la crisis en el Medio Oriente, la postura gubernamental contraría la tradición diplomática colombiana de respaldo irrestricto a las democracias occidentales. Colombia es parte integral de Occidente. Así lo han percibido sus dirigentes y la opinión culta del país. Un gobierno que intente modificar ese estado de cosas sólo podría lograrlo si hubiera recibido un mandato electoral avasallador, lo cual no es el caso, o haber llegado al poder como resultado de una revolución. De buenas a primeras, no se puede pretender que nuestros nuevos mejores amigos son los regímenes de Irán, Rusia, Nicaragua y Venezuela.
Salvo la actitud exótica de una ínfima minoría, en Colombia no se lamenta la caída del Muro de Berlín y del régimen comunista que lo sustentaba. Tampoco se considera que es lo mismo Rusia que Estados Unidos, como afirma el presidente.
La postura del gobierno respecto al conflicto entre Israel y Hamás ha dado lugar al rechazo de 14 excancilleres de la República y a una carta suscrita por 150 economistas, intelectuales y expertos en políticas públicas expresando su desacuerdo.
A nivel nacional, ha quedado claro que, a partir de 2026, habrá un gobierno distinto al del Pacto Histórico. El nuevo gobierno tendrá que reconstruir las relaciones exteriores del país, estropeadas por un estilo pendenciero que compra pleitos ajenos y que supedita el interés nacional a caprichos ideológicos.
Abandonar el principio de no injerencia en los asuntos internos de las naciones amigas ha sido perjudicial. El expresidente Alfonso López Pumarejo recomendaba no andar por el mundo graduando enemigos, porque de pronto les da por ejercer. Ese es un buen consejo para el manejo de las relaciones personales, que también es válido para las relaciones internacionales.
Es hora de que Colombia disponga de un Ministerio de Relaciones Exteriores meritocrático y técnico, con conocimiento del mundo, mesura y seriedad. De entrada, debe establecerse que Colombia tiene relaciones cordiales con los gobiernos democráticos, pero apenas correctas con las autocracias. Un embajador que participe en un acto de apoyo a la dictadura nicaragüense no puede permanecer en su cargo.
La Cancillería de San Carlos debe pronunciarse por escrito, en textos breves, prudentes, redactados con cuidado, en un lenguaje sobrio. Las redes sociales se prestan para el agravio y el insulto, más bien que para tratar cuestiones de Estado. Esa observación también es aplicable a los anuncios ocasionales de la Casa de Nariño. El comportamiento comunicacional de Donald Trump es un mal ejemplo que no conviene imitar.
Ante todo, conviene mantener el sentido de las proporciones. Colombia no es una gran potencia. Necesita cultivar amistades.