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Los colombianos no estamos acostumbrados a pensar en términos geopolíticos. En parte, eso se debe a que nuestros conflictos son primordialmente de carácter doméstico. El reflejo condicionado ante acontecimientos internacionales, de un país tradicionalmente encerrado en sí mismo, es la introspección. Pero, parafraseando lo que León Trotski afirmaba acerca de la guerra, si uno no se interesa en la geopolítica, la geopolítica se interesa en uno.
Mi interés en el tema, y pido disculpas por acudir a la primera persona del singular, es el resultado de una deformación profesional y de las peculiaridades de mi experiencia gubernamental. Durante la crisis cambiaria de 1966-1967, pude constatar de primera mano la relación entre los desequilibrios macroeconómicos y la vulnerabilidad nacional, al participar en negociaciones con los acreedores externos, sin reservas internacionales y con una tasa de cambio sobrevaluada. Adicionalmente, como parte de mis funciones en la Secretaría Económica de la Presidencia, el presidente Carlos Lleras Restrepo me asignó responsabilidades en el área de seguridad nacional. Por diversos caminos, adquirí el convencimiento de que la geopolítica cuenta, convencimiento cuya validez pude comprobar años más tarde como ministro de Hacienda y Crédito Público.
Sirva este preámbulo para colocar en contexto unas reflexiones acerca de la propuesta del presidente Petro de asociar a Ecopetrol con Pdvsa, (Petróleos de Venezuela), e implementar la perspectiva de importar gas desde Venezuela, en vez de desarrollar los yacimientos de gas propios.
Una primera observación es que esa decisión le corresponde a la Junta Directiva de Ecopetrol, una empresa con accionistas privados, inscrita en la Bolsa de Nueva York. La propuesta lleva implícitos temas técnicos, financieros y operacionales que deben estudiarse con cuidado. También conlleva serios riesgos reputacionales, habida cuenta del grado de corrupción que caracteriza a Pdvsa.
Adicionalmente, está de por medio la consideración de la seguridad nacional.
Desde la perspectiva de la seguridad nacional, conviene partir de la premisa de que una cosa son las relaciones con los gobiernos democráticos y otra cosa distinta son las relaciones con los regímenes dictatoriales. Con estos últimos, como los que existen en Nicaragua y Venezuela, se pueden tener relaciones correctas, pero no estrechas. Era conveniente normalizar las relaciones con el régimen venezolano, sin que eso implique una identificación con sus actuaciones.
Con respecto a las relaciones con los regímenes dictatoriales en el hemisferio, se debe tener presente que los gobiernos que no respetan los derechos de sus ciudadanos tampoco respetan los derechos de las naciones vecinas. Así lo han demostrado varias veces tanto Hugo Chávez como Nicolás Maduro en su comportamiento hacia Colombia.
Aunque se podría utilizar una expresión más fuerte, basta con afirmar que promover en forma deliberada la dependencia energética de Colombia de la dictadura venezolana constituye lo que los franceses denominaban trabajar para el Rey de Prusia. En otras palabras, es actuar a sabiendas en contra del interés nacional.