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Hay conflictos locales que, por distintos motivos, reciben un carácter simbólico y terminan adquiriendo una dimensión que trasciende los limites del respectivo país. Así sucedió a raíz de la Guerra Civil Española (1936-1939), originada en un levantamiento militar encabezado por el General Francisco Franco contra el gobierno de la República, el cual se convirtió en el preludio de un conflicto internacional mayor.
El enfrentamiento entre el movimiento político dirigido por María Corina Machado y el régimen dictatorial de Nicolás Maduro tiene un significado que va más allá de la simple lucha por el poder en una nación suramericana.
Se deben mantener las relaciones diplomáticas con un régimen detestable, no por los motivos mercantilistas que sugiere un conocido simpatizante chavista. El potencial comercial de Venezuela, en ausencia de una transición a la democracia, es y seguirá siendo exiguo, por la miniaturización que ha experimentado Venezuela, gracias al Socialismo del Siglo XXI.
El rompimiento de relaciones por diferencias ideológicas es un vestigio diplomático del barroco latinoamericano. Es precisamente con aquellos gobiernos con los cuales se discrepa con los que conviene mantener relaciones, para defender intereses nacionales permanentes, sin necesidad de recurrir a la fuerza.
En la era de las monarquías absolutas europeas, los cañones tenían la inscripción, Ultima Ratio Regum. (El argumento final de los reyes). La diplomacia permite tratar de dirimir las diferencias de otra manera.
En tiempos de Mao Zedong, cuando estaban en un mal momento las relaciones entre Washington y Pekín, un diplomático británico respondió de la siguiente manera al reproche de que el Reino Unido mantuviera relaciones diplomáticas con la China Comunista: ‘Si hubiéramos limitado nuestras relaciones a aquellas naciones con cuyos gobiernos estábamos en pleno acuerdo, durante muchos años el gobierno de Su Majestad no habría tenido relaciones con ningún país del mundo.’
En un mundo imperfecto, es inevitable interactuar con países no democráticos. Con una actitud pragmática, a Colombia le conviene mantener relaciones correctas, pero no cordiales, con regímenes dictatoriales como los de Nicaragua y Venezuela. Lo cual no debería ser obstáculo para respaldar los movimientos democráticos de esas naciones.
Así sucedió durante la dictadura de Juan Vicente Gómez (1908-1935), cuando los dirigentes de la oposición democrática venezolana recibieron acogida y apoyo financiero por parte de las autoridades colombianas.
La causa de la transición hacia la democracia es, en primera instancia, responsabilidad de los venezolanos, tanto los del interior como los que se han visto obligados a emigrar. Pero esa causa también es la de las democracias de resto del mundo, en particular las de las naciones de su entorno cercano como Brasil y Colombia.
El régimen de Maduro es ilegítimo, es impopular y es débil. Así lo saben sus dirigentes. Se mantiene por medio de la represión. Tal como ocurrió con la dictadura de Bashar al-Assad en Siria, esos regímenes aparentan ser fuertes hasta la víspera del colapso.