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El país está teniendo la oportunidad de presenciar el contraste entre una entidad técnica e independiente, como el Banco de la República, y una entidad en proceso de politización y de sometimiento al voluntarismo presidencial, como Ecopetrol.
En la primera, se toman las decisiones con regularidad, de acuerdo con procedimientos previamente establecidos, en base a estudios rigurosos y a las recomendaciones de expertos. Las decisiones se explican a la opinión pública y a los mercados.
La entidad rinde cuenta detallada de sus actividades al Congreso Nacional. Sus análisis condicionan las decisiones de las instituciones financieras y de los agentes económicos. Esa interrelación le permite cumplir sus metas. En síntesis, el Banco de la República goza del privilegio de tener credibilidad. Ese es un activo valioso, así no sea cuantificable.
La credibilidad es el activo que ha despilfarrado la Junta Directiva de Ecopetrol al permitir que las decisiones de gobierno corporativo que le corresponden estén subordinadas a la arbitrariedad discrecional de la Casa de Nariño.
Por tener accionistas particulares y estar inscrita en la Bolsa de Valores de Nueva York, además de la de Colombia, la pérdida de credibilidad en la forma como se administra la empresa ha conducido a una reducción considerable en el valor de Ecopetrol, con el consiguiente detrimento patrimonial de sus accionistas.
Según el exgobernador del Banco Central Europeo, Mario Draghi: “Obtener credibilidad es un proceso largo y laborioso. Conservarla es un reto permanente. Pero la credibilidad se puede perder con rapidez. Y la historia demuestra que volver a recobrar la credibilidad tiene costos económicos y sociales enormes”. Lo que es cierto para las instituciones y las empresas, también es aplicable a la política económica de los países.
Hace unas cinco décadas, Carlos Díaz Alejandro acuñó la expresión “La prudente Colombia” para describir a un país con democracia liberal cuando proliferaban las dictaduras militares en Suramérica, y donde la política económica se implementaba en forma gradual, con participación de los técnicos. Esa es una reputación que le ha servido bien al país.
Quienes llegan por primera vez a cargos de responsabilidad económica en Colombia descubren el inmenso valor que tiene ser percibidos como los voceros de un país serio, que cumple estrictamente con los compromisos adquiridos.
La relación entre la estabilidad macroeconómica y la credibilidad es algo incomprensible para dirigentes gubernamentales cuya visión del mundo se congeló en la década de los ochenta, cuando teníamos una economía cerrada al mundo y merecíamos el calificativo del Tíbet Suramericano.
Por eso avanza en el Congreso, con aval gubernamental, la modificación del Sistema General de Participaciones, haciendo caso omiso de las objeciones de los exministros de Hacienda y del Carf. Resulta relevante la admonición de Abraham Lincoln a sus compatriotas en el siglo XIX: “Si la destrucción nacional es la suerte que nos depara el destino, tendremos que ser nosotros mismos sus causantes”.