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Recientemente en el Reporte Global de Riesgos, que preparamos en Marsh McLennan para el Foro Económico Mundial, especialmente para su reunión anual celebrada en Davos, Suiza, y que es el principal instrumento para identificar los riesgos a futuro, tanto en el corto como en el largo plazo, alerta como nunca sobre los riesgos asociados al hoy ampliamente conocido criterio ESG, cuyas siglas en inglés hacen referencia al aspecto medio ambiental, social y de gobierno.
Mientras que, en una visión de futuro inmediato, de aquí a los próximos dos años, cuatro de los diez riesgos enunciados hacen referencia al tridente ESG, en la visión de largo plazo, es decir de aquí a 2032, son cinco las amenazas imperantes que se prevén y que están asociadas a este criterio.
Hoy, el aumento en el costo de vida, la materialización de desastres naturales y eventos climáticos, la confrontación geoeconómica, así como la erosión de la cohesión social y polarización social figuran como los riesgos más latentes. Dentro de cinco o diez años el escenario es diferente, y otros cinco riesgos ESG figuran con relevancia.
Es así como en dicha perspectiva de largo plazo, el fracaso de la adaptación al cambio climático, la pérdida de la biodiversidad y colapso de los ecosistemas, la migración involuntaria, aparecen con mayor relevancia.
Ante este panorama es importante entender que la gestión de estos riesgos requiere de un trabajo articulado y conjunto, pero sobretodo ágil y decidido. Resulta aterrador reconocer que la pérdida de la biodiversidad y el colapso de los ecosistemas están a la vuelta de la esquina. Y no es para menos, pues lo que está en juego es la salud del planeta y hoy ya estamos en cuidados intensivos.
Importantes organizaciones mundiales, durante años, han venido mostrando el deterioro de nuestra biodiversidad, los resultados más recientes son devastadores y Latinoamérica, desafortunadamente, ocupa el deshonroso primer lugar en deterioro de la misma. Por tal razón, las empresas están llamadas a actuar, no solo desde una perspectiva ambiental y de responsabilidad con las comunidades, sino también desde la lógica de la continuidad del negocio. Las cadenas de suministro y el comportamiento a futuro de sus principales materias primas, tales como el recurso hídrico, los productos maderables, entre otros, dependerán más que nunca de ello.
Frente a lo anterior, las agendas de Desarrollo Sostenible y de Cambio Climático tienen un hito en 2030. Para llegar a ese momento faltan tan solo siete años, es decir, dos planes nacionales de desarrollo, de ahí que estos deban considerar imperativamente cómo atacar dichas agendas.
Seguramente los resultados de diferentes centros de pensamiento, entidades del sistema de naciones unidas, expertos, pero sobre sobretodo de cientos de científicos, alertaron en su momento que las apuestas por reducir las emisiones de gases efectos invernadero no eran lo suficientemente ambiciosas para lograr la aspiración trazada en el Acuerdo de Paris, mucho menos lo planteado en el marco de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y ahora los recientemente acuerdos definidos para detener y revertir la pérdida de la biodiversidad. Sin embargo, es de resaltar que este es un desafío que enfrentamos como humanidad. De ahí que el reto que tenemos al frente es multifactorial y no solo de los gobiernos. El sector empresarial, financiero, asegurador, y la comunidad en general, tienen igualmente un rol preponderante. El futuro de la especie y su entorno está en juego.