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La cosmovisión de nuestra época cambia, impulsada por los jóvenes, con el imperativo de transformar realidades que se estaban volviendo normales, aunque fueran injustas, ilógicas, ineficientes y por tanto insostenibles.
Varias generaciones naturalizaron e invisibilizaron problemáticas que ahora tenemos, que atentan incluso contra la vida misma y el bienestar de la mayoría, limitando el desarrollo humano. Se hablaba desde hace décadas acerca de trabajar para las futuras generaciones, y los jóvenes como nuestro futuro; pero ahora al verse comprometido el futuro de todos, ellos son nuestro presente.
Estamos viviendo un relevo generacional anticipado, pero necesario. Un relevo y despertar masivo que se está dando en múltiples latitudes, se propicia por la desesperanza sembrada en los jóvenes al no ver oportunidades, evidenciar que las condiciones del planeta están llegando a un punto de no retorno, y que el futuro inmediato no presenta condiciones mínimas para desarrollar su proyecto de vida y tener la posibilidad de vivir la vida que desean.
En este futuro cercano, la población del planeta no solo aumenta, sino que está envejeciendo, así que el despertar de nuestros jóvenes debería despertar esperanza para todos, debería ser celebrado y no juzgado, debería escucharse con atención y no tratar de silenciarlo, debería ser la oportunidad para hacer un verdadero movimiento por el bien común que tanto se requiere. Hay que atender la desigualdad que percibimos en cada calle de nuestras ciudades y en la inequidad entre la ruralidad y lo urbano.
En el reciente informe del Pnud sobre Desarrollo Humano 2019, desde su prólogo, resalta que la oleada de manifestaciones que se han producido en numerosos países tiene un hilo conductor: “la profunda y creciente frustración que generan las desigualdades. Para abordar este desasosiego actual es necesario mirar más allá del ingreso, más allá de los promedios y más allá del presente”.
Este informe también hace énfasis en detener esta ola de desigualdad, lo cual dependerá de las decisiones que se tomen alineadas a los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Porque esta ola de desigualdad comienza en el momento del nacimiento, define la libertad y las oportunidades de los niños, jóvenes, adultos y personas mayores y se transmite a la siguiente generación. Amartya Sen, padre del desarrollo humano, respondió a la pregunta ¿igualdad de qué? Igualdad de las cosas que nos importan para construir el futuro al que aspiramos.
Ese futuro viable, vivible y equitativo que parece imposible, es posible si comprendemos que: “La imposibilidad de transformar el presente se debe a que vivimos pendularmente entre un pasado irremediable y un futuro decepcionante. La opresión aparece cuando el pasado se convierte en nuestro futuro. No sufrimos por lo que nos sucedió en el pasado. Sufrimos porque traemos el pasado al presente y lo proyectamos al futuro”. Esta explicación esclarecedora de Marcelo Manucci en su nuevo libro “El futuro pasado. Para transformar el paisaje del presente, hay que cambiar el horizonte del futuro.” nos hace ver que el ímpetu transformador que están liderando nuestros jóvenes es viable por su nueva visión.
Se avecina otro comienzo de año, el 20-20, que por analogía ha de ser la visión perfecta de un futuro que se puede y se debe transformar.