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Las relaciones se cosifican y virtualizan, la dinámica de vida con su inmediatez y velocidad parece que estuviera atomizando las relaciones, las distancias, que se buscan acortar en virtud de la tecnología, en algunos casos alejan e incluso generan rupturas por la carencia de la comunicación humana.
La esencia del ser humano es ser social, lo que implica que su desarrollo se da en comunidad y ello posibilita a su vez construir organizaciones, familias y sociedad. En los tiempos que corren estas colectividades se están viendo amenazadas por la disminución en la capacidad de relacionarnos de forma respetuosa, cercana, amable y fraternal. Esta capacidad de relacionamiento se alimenta con uno de los principios, que se espera sea el idioma del mundo, y este es la solidaridad.
La solidaridad no es un sentimiento superficial, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, es decir, el bien de todos y cada uno para que todos seamos realmente responsables de todos, en palabras de San Juan Pablo II, se hace evidente que la búsqueda del bien común es una de las bases que debe movilizar las relaciones y donde todos somos corresponsables por alcanzarlo.
Las realidades en donde se requiere activar la solidaridad son muchas, y además variadas en sus complejidades, desde la invisibilidad del otro, el maltrato sistemático del bullying, el acoso laboral en contextos organizacionales, la desintegración de las familias o la creciente violencia intrafamiliar, la aporofobia como el rechazo al pobre, hasta la profunda inestabilidad social.
La solidaridad es un sentimiento y una actitud que debe llevar a la acción de construir unidad por objetivos comunes para estrechar lazos y vínculos, al ayudar de forma desinteresada sin esperar algo a cambio. Sentir empatía por el otro no es solo ponerse en sus zapatos, sino caminar con ellos, es hacer sentir al otro más humano.
Este principio es tan relevante, que Naciones Unidas considera a la solidaridad como eje de su trabajo desde su creación y motor para promover la paz, los derechos humanos, el desarrollo humano y social e incluso como el pilar para erradicar la pobreza. Por ello, también establece el 20 de diciembre como el Día internacional de la solidaridad humana, para promover la unidad en la diversidad, fomentar su aplicación para el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y propiciar iniciativas que minimicen la inestabilidad social y la concentración de la riqueza.
La solidaridad no es dar lo que nos sobra, sino dar de lo que tenemos y que a otros les hace falta, es la base del servicio y va más allá de la caridad. De manera acertada, Eduardo Galeano menciona que la caridad es humillante porque se ejerce verticalmente y desde arriba; la solidaridad es horizontal e implica respeto mutuo.
Las brechas relacionales que se están ampliando requieren de movilizaciones urgentes de solidaridad como eje de las relaciones; pero esta no puede ser virtual, donde se expresa con un emoticón de me entristece, o cosificada, donde se dona o se regala algo en un momento específico y luego se olvida de acompañar.
Esta época de fin de año es un tiempo propicio para humanizar las relaciones al promover el valor y relevancia de la solidaridad como la base del encuentro y la capacidad de enaltecer la dignidad humana. Y, en palabras del Papa Francisco, poder crear una cultura del encuentro donde ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando vea el sufrimiento de los demás.