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El 2016 pasará a la historia como el año de los resultados inesperados, que se salen de toda lógica de lo que hasta ahora conocíamos. Ya son tres países, Reino Unido, Colombia y Estados Unidos, los que han asombrado al mundo con las decisiones tomadas en las urnas; porque antes, este acto democrático era casi predecible con tendencias marcadas días antes de las votaciones, pero ahora son toda una sorpresa. Antes, la voz era de la mayoría, ahora la voz está dividida prácticamente en un 50 - 50.
Con este nuevo escenario, se deberían replantear muchos aspectos, entre ellos el concepto de competitividad de los países. Desde 1979, el Foro Económico Mundial, evalúa el nivel de competitividad como la medida en la cual, cada país, es capaz de proporcionar mayor prosperidad a sus ciudadanos. Para ello cuenta con 12 pilares según los cuales realiza su análisis, estos son: entorno institucional, infraestructura amplia y eficiente, estabilidad macroeconómica, salud y educación primaria, calidad de la educación superior, eficiencia del mercado de mercancías, eficiencia del mercado laboral, sofisticación del mercado financiero, la disposición tecnológica, el tamaño del mercado, la sofisticación de los negocios y la innovación.
Los resultados del Brexit, el plebiscito de los Acuerdos de la Habana y las elecciones en los Estados Unidos llevaron a que la economía y la competitividad, entendida como hoy se comprende, entrará en un contexto de incertidumbre; y no fue por causa de ninguno de los aspectos por los cuales se mide la competitividad actualmente.
Pareciese que la competitividad está pensada, únicamente para generar confianza inversionista en el mercado global, no pensada para la sostenibilidad de los países y mucho menos para generar confianza y unidad entre los ciudadanos, para construir un proyecto común de país o, más ambicioso aún, de mundo. Este punto es clave “LO COMÚN”.
Pareciese que lo común, lo hubiera desplazado la polarización evidente en la cual estamos; estos resultados de 50 - 50; son una muestra de ello. Por tanto, uno de los nuevos aspectos que se debería tener en cuenta para un nuevo concepto de competitividad de los países, es el fortalecimiento de su sistema de valores relacionales, soportados en el respeto y la solidaridad.
Los gobiernos antes lo que más buscaban era atraer inversiones, así como también personas para compartir su cultura a través del turismo; ahora, el nuevo contexto hace pensar que el único espacio que se quiere compartir es el virtual. Los países se sienten amenazados al recibir y aceptar personas que se dicen son diferentes, pero en esencia somos todos seres humanos.
Después de estos tres resultados, los jóvenes son los que se han movilizado para recuperar la unidad. En Colombia, han sido ejemplo de perseverancia y de un llamado a buscar soluciones consensuadas pero urgentes. Por otra parte, en el Reino Unido iniciaron la campaña de “#safetypin” para detener los crímenes de odio reportados tras la victoria del Brexit contra los inmigrantes. Este simple elemento “gancho de tela”, que hace la función de unir y contener; es ahora un símbolo que representa un llamado a la tolerancia y a la inclusión. Esta iniciativa que no tiene ninguna corriente política, pero sí social, también se extiende a Estados Unidos.
Es evidente que la competitividad debe integrar nuevos componentes, porque los países deben recomponer tanto el tejido social como lo ambiental. La diferencia está en pasar de brindar opciones, para que los ciudadanos tomen una, a construir alternativas en conjunto para decidir por el bien común.