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El exalcalde Quintero está en un riesgo penal importante. Su error fue la ambición absoluta por el poder, pero ya lo perdió y tiene muchos frentes abiertos que podrían hacerle daño.
Conocí a Daniel Quintero cuando era viceministro de las TIC. Lo recuerdo como un hombre afanoso de buscar siempre a las cámaras y protagonizar los pequeños eventos que David Luna le encargaba. El apoyo del Ministerio a un “Black Friday” o algún acompañamiento a las kioscos digitales, de los que hoy poco se sabe en el país.
Luego, volví a ver a Quintero años después en una reunión privada cuando fue con su jefe de prensa al medio en el que yo trabajaba siendo candidato a la Alcaldía. Quintero quería presentarnos sus hallazgos sobre Hidroituango y duró dos horas frente a un tablero en una sala de juntas mostrándonos un esquema detallado de lo que había pasado con el error que causó una tragedia en la casa de máquinas y por poco inunda tres pueblos. Conocía al detalle el tema tanto técnico como político y sobre ese caso fundamentó su campaña que le hizo ganar las elecciones junto al discurso de la independencia.
Todo iba bien en la reunión. Quintero parecía avezado en ingeniería y su pregunta era permanente sobre un eslabón que faltaba en la cadena de hechos y que necesitaba ser expuesto. Desde entonces hablaba del GEA pero no como empezó a hacerlo tras ganar las elecciones. Quintero hacía mapas en el tablero y explicaba de forma secuencial la línea de fechas y puntos de giro de una manera exacta. Sin duda, era muy inteligente. Al final de la charla, el entonces sencillo candidato que solo andaba con una persona a su lado, me dijo algo que encendió las alertas. “Santiago, gánese un premio de periodismo con esto y hágame a mí alcalde de Medellín”. Entendí que para Quintero todo se trataba de una transacción y que su ambición de poder era incalculable.
Vinieron los escándalos y el alcalde empezó a cometer errores. Se alió con poderes políticos tradicionales de Antioquia, contrario al discurso de campaña; convirtió a concejales del Centro Democrático a su causa; se obsesionó con golpear a los empresarios antioqueños y amenazarlos todos los días; estableció la polarización como forma de comunicación política; amenazó la libertad de prensa con la narrativa del odio. Después, Quintero empezó a modificar programas de política pública que habían funcionado y eran reconocidos en indicadores. Las calles y los parques se volvieron constantemente sucios y los niños y niñas tuvieron problemas con la alimentación, luego de cambiar a los contratistas de Buen Comienzo.
Su error más grande fue entregar los cargos clave de la administración a sus propios amigos con certificaciones dudosas. Hizo lo mismo para elegir candidato a la Alcaldía y perdió estrepitosamente. Y los secretarios que lo acompañaron en el Gobierno, algunos cuotas de clanes políticos, se sintieron todo poderosos en la defensa del alcalde. Hasta hoy.
Lo que ha sucedido sobre el manejo de las finanzas, los contratistas y las empresas amigas en Medellín es escandaloso. Quintero está a prueba y la lealtad de sus secretarios imputados también. Si alguno decide hablar, el alcalde podría tener años difíciles. Con todo y eso quiere ser presidente en una falta abrumadora de lectura política sobre la derrota.
El exalcalde de Medellín es un buen ejemplo de que Colombia ya no quiere promociones de odios y que tampoco tolera la corrupción y la incoherencia política. Los liderazgos de centro están logrando una oportunidad, ante la mala gestión del Gobierno nacional y de gobiernos locales como el de Quintero.
Buena suerte en las investigaciones, alcalde. El poder por el poder nunca es un buen fin.