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El Gobierno del presidente Gustavo Petro lleva todo su periodo protagonizando una andanada de escándalos que han impresionado al país. Para no irnos tan lejos, este es un pequeño recuento de los más recientes: Nicolás Petro y Day Vásquez, los audios de Armando Benedetti, la pérdida de los Panamericanos, la salida de los técnicos en Hacienda, la contradicción de los pasaportes, y ahora Gestión del Riesgo.
Aunque cada escándalo tiene sus particularidades y dimensiones, al final se trata de una sola explicación y origen: Colombia atraviesa una genuina crisis de administración pública porque quienes están al frente de las entidades como tomadores de decisiones no son personas con la experiencia y el conocimiento suficientes. De hecho, parece todo lo contrario. Los mensajes recientes que ha dado el Gobierno señalan un desprecio por los técnicos y una oda a los políticos que tienen la intención de organizar el mundo, sin respeto por las rutas previas ni la academia. “Un gabinete de activistas”, dijo el exdirector del Departamento Nacional de Planeación, Jorge Iván González, esta semana en un foro junto a Cecilia López y José Antonio Ocampo que algunos medios le llamaron “terapia de desahogo”.
Cuando se estudia la teoría de las políticas públicas se entiende bien que para que cada plan, programa o proyecto tengan éxito, el nivel de coordinación en el Estado tiene que ser total. Los modelos “bottom up” y “top down” en política pública definen el estilo con el que los gobiernos deben aproximarse a las implementaciones y que estas tengan sentido con las poblaciones y las comunidades en donde se realizan las intervenciones. Los programas del Gobierno no son un deseo que se cumple con una varita mágica. De hecho, es sabido que las políticas públicas tienen que tener periodos de 6 a 10 años para que puedan verse materializadas y pueda después evaluarse si tuvieron éxito o no. No hay políticas de corto plazo; todas son de mediano o largo plazo. Pero, más o menos, sin buenas políticas públicas no hay desarrollo, ni cambio, ni nada. Sin embargo, el Gobierno del presidente Gustavo Petro parece tener una identidad con los escándalos que hace que cualquier política pública se pierda en una nube de incertidumbre y teatro. Y no es culpa de los medios. No fue el director de ningún medio, ni de la oposición, ni del establecimiento económico el que designó a Olmedo López al frente de Gestión del Riesgo, cuando todo el país sabía con claridad que era una cuota de Carlos Andrés Trujillo y los congresistas de Antioquia interesados en la mermelada para aprobar los proyectos.
En las últimas semanas el presidente hizo nuevos movimientos alejados del tecnicismo y la experiencia que requiere el sector público para gobernar bien. De eso depende el éxito de su Gobierno, nada más y nada menos. El presidente puede tener las convicciones sobre la vida y el Estado que quiera, pero para poder tener buenos resultados se requiere a gente que sepa en los cargos de tomadores de decisiones. De eso hay poco hoy. Los perfiles más expertos con los que el mandatario inició su Gobierno ya no están; Petro decidió rodearse de una primera línea no experta que maneja el Estado, que paradoja, como le criticaban a Uribe: como si fuera una finca. ¿Acaso la izquierda no tiene mejores perfiles para los cargos más relevantes del país?
El tiempo no deja de correr, y hoy está claro que al presidente le sobran escándalos. Pero le faltan políticas serias y bien implementadas. Y lo que viene…