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Luego de un año y dos meses de Gobierno, Gustavo Petro se juega el apoyo popular a su proyecto político en todo el país. Las encuestas dicen que ningún candidato del Pacto Histórico ganará las capitales más relevantes. Por el contrario, habrá candidatos independientes y otros de oposición que estarán llevando las riendas de las ciudades y los departamentos.
No toda la gestión del Gobierno ha sido mala. Hay planes de política pública que pueden contribuir a resolver problemas ciudadanos, pero la ejecución hasta ahora ha sido tropezada por un presidente que pasa mucho tiempo trinando sobre el mundo y poniendo en riesgo las relaciones diplomáticas del país. Las llegadas tarde, las desapariciones de agenda, y la constante división de la unidad de la nación le pasarán factura al mandatario, que tiene una desaprobación de alrededor de 60 % de acuerdo con encuestas serias. A Petro, al final, le está ocurriendo lo mismo que a Duque. Aunque diferente, la desconexión de ambos sobre el país se parece.
Duque no entendió que en el estallido social la respuesta podía tener un poco más de empatía sobre la realidad de miles de personas que no encontraban del Estado la respuesta que esperaban, y eligió ponerse la chaqueta de la Policía en el momento de mayor crispación y cuando hubo abusos de la Fuerza Pública. Petro no ha entendido que su labor es la de administrar y unir el país y no la de dividirlo. Su política pública más importante hasta ahora parece la de la polarización. El presidente ha elegido el enfrentamiento como estrategia de comunicación y la irreverencia como norte de aproximación a quienes lo cuestionan. Perjudicial.
La consecuencia más inmediata de esto es que nadie sabe qué está haciendo el Gobierno, pero todos saben que Petro se levanta peleando por X y se acuesta peleando por X.
Como Daniel Quintero en Medellín, el presidente ha creído en la estrategia de buscar la división a pesar de haber ganado las elecciones y hacer la transición al poder hace un año. Su camino pudo haber sido la de una verdadera conversación nacional con todos los sectores políticos, empresariales y populares para buscar caminos a sus propuestas en consenso sin la radicalización y las amenazas día tras día. La consecuencia de la narrativa que propone odio y no sensatez es el rechazo de la ciudadanía. Como están las cosas, el presidente perderá Bogotá que tiene un voto tradicional de opinión y afín al progresismo y es la ciudad de su primera apuesta gerencial. No ganará en Medellín, no ganará con su candidato en Cali, no ganará en Barranquilla, no ganará en Bucaramanga y tampoco en Cartagena. En las principales capitales del país el presidente perderá con distancia.
¿Es eso positivo para las ciudades? No necesariamente. En ciudades como Bogotá, veremos un enfrentamiento constante sobre el Metro, en Medellín no habrá apoyo del nivel central a la inversión púbica y a políticas enmarcadas en el Plan Nacional de Desarrollo. Petro gobernará unilateralmente y con enfrentamientos una vez más sobre pasiones políticas y no ideas para la transformación. Es paradójico. El presidente ha sido extremadamente tolerante con grupos armados terroristas. Pero ha propuesto la división y la intolerancia para ciudadanos, medios y empresarios que lo cuestionan en democracia. Las elecciones serán su primera ventana a la propuesta de la división. Aún está a tiempo de llevar al país a la sensatez y la unidad con sus propias ideas, presidente. Pero el tiempo no deja de avanzar y corre el riesgo de que su legado sea el del mandatario tuitero y combativo sin mucho más.