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Falta un año para que termine el Gobierno y muchas cosas pueden suceder en ese lapso. Pero con alguna seguridad podría afirmar que, con la pandemia y el mal llamado paro, el presidente Iván Duque ha enfrentado ya los mayores desafíos de su mandato ¡Y qué magnitud de desafíos! Una pandemia cuya dimensión no se había visto desde la gripe española en 1918-1922, y una violenta protesta orquestada por unos sectores políticos, tratando de paralizar un país y bloquear a un gobierno elegido democráticamente. Este suceso solo es comparable al paro nacional que tumbó en 1957 al General Rojas Pinilla del poder, pero en esa ocasión se trataba de restablecer la democracia y no de destruirla. Y ya en retrospectiva, aun cuando en su momento rabiamos muchos por lo que parecía falta de autoridad o decisión del Gobierno, hoy creo que el presidente acertó en el equilibrio que mantuvo, en especial cuando visualizó lo que podría haber sucedido de haberse tomado otras decisiones.
Explico lo anterior. Imaginémonos que Duque no hubiera delegado en los gobernadores y alcaldes algunas competencias en decisiones frente a cómo enfrentar la pandemia del covid-19. Hoy tendríamos a la gran mayoría de aquellos cargándole todos los muertos al presidente, pregonando a los cuatro vientos cuántas vidas se hubieran salvado de haberles hecho caso. Lo que terminó pasando es que cada uno asumió decisiones, algunas de ellas prematuras, equivocadas, o al vaivén de la opinión, y cargaron con el desgaste correspondiente. Lo mismo se aplica al mal llamado paro, solo que en este caso sí hay una competencia asignada por la Constitución, que los hace jefes de la Policía en su territorio y responsables del orden público. De nuevo, algunos mandatorios adoptaron desde actitudes contradictorias y bandazos confusos, como Claudia López en Bogotá, hasta la cuasi complicidad de Jorge Iván Ospina en Cali, lo que les erosionó buena parte de su popularidad, especialmente en el caso de este último.
Tampoco desluce en el retrovisor el desempeño económico, sobre todo cuando lo comparamos con los pares de la región. Si bien Colombia no fue el país de menor recesión en 2020 entre los seis grandes de la región, toda vez que decreció -6,8% frente a Chile con -6,2% y Brasil con -4,6%, nuestro crecimiento esperado para 2021, calculado por The Economist Intelligence Unit, se sitúa en 7,8%, solo superado por Perú que llega a 10,8%. Pareciera entonces que, a pesar de los mejores esfuerzos desestabilizadores de los incitadores al odio, de los vándalos y los violentos, nuestra estrella económica vuelve a brillar. Sin embargo, le queda faltando al Gobierno la tarea de recuperar los niveles de empleo prepandemia, así como el lunar de haber perdido el grado de inversión de dos de las tres principales calificadoras de riesgo.
En el balance, llego a un punto central de lo que requería el país de su máximo dirigente, en la coyuntura que estamos atravesando. Y me refiero a la más aguda polarización histórica que se ha vivido desde la violencia, mucha de ella promocionada e impulsada, desde la época en que nos dividieron entre “amigos y enemigos de la paz”, y más ahora que se pretende por algunos, un “estado del ánimo” antisistema. Se imaginan en estos momentos un presidente respondiendo ataques con ira? ¿Personalizando y confrontando a sus contrincantes con desprecio? ¿Persiguiendo y descalificando a la oposición? Es aquí donde, contrario a lo que hubiera ocurrido con Gustavo Petro, la personalidad serena de Iván Duque y su estilo no confrontacional calma los ánimos de una agitada Nación. Será entonces uno de sus mayores legados.