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Cuando en un hogar los ingresos se estancan o se disminuyen, y esa expectativa no vislumbra un cambio en el futuro cercano, y encima ya tiene unos niveles de deuda elevados, esa familia si es racional, comprende que es hora de ajustar su gasto. No es diferente para un país como Colombia. Nuestras perspectivas de crecimiento, después de dos años estelares en 2021 con tasa 10,6%, y el año pasado alrededor del 8%, se enfrenta ahora a un frenazo en seco que nos proyecta a un 1%, según el Banco de la República, que también muestra una cifra similar para el consumo de los hogares.
Si bien es cierto que buena parte de la economía mundial podría entrar en recesión en este año, afectando nuestros principales mercados, y que la inflación sigue desafiando los esfuerzos de todos gobiernos y sus autoridades monetarias, en Colombia esta situación se agudiza porque el trabajo recae entero sobre los hombros del Banco de la República, al no tener como partner al gobierno que, a pesar de los esfuerzos del minhacienda Ocampo, ha dado señales y tomado decisiones que refuerzan el ciclo inflacionario. Las predicciones del IPC de este año según promedio de analistas ya están en el 8%, tras una variación en el 2022 del 13,12%, entre las mayores de las principales economías de América Latina. Este resultado, muy fuera del rango del Banrep, lo obliga a su vez a continuar subiendo su tasa de referencia, lo que encarece el acceso a capital al gobierno, a los empresarios, y a todos los hogares.
El otro golpe inflacionario viene por la vía de la tasa de cambio, que ya ha superado varias veces la barrera de los $5.000 por dólar. El impacto es que estos insumos importados, ya encarecidos también en su cotización mundial, y con peso depreciado, impactarán aún más el costo de vida y los precios de producción y de consumo. Añadirle a esto el continuo desmonte de los subsidios a los combustibles, el encarecimiento por IVA a los tiquetes aéreos, y la indexación derivada de la cadena de la subida del salario mínimo en 16%, y nos damos una idea del shock de precios que seguiremos padeciendo este año.
Ahora bien, ya que la política monetaria está anunciada, ¿que podría hacer el gobierno para ayudar? La respuesta es bastante simple; mandar mensajes positivos a los mercados, pero esta vez en boca del presidente Gustavo Petro para que sean creíbles. El primero tiene que ver con la continuación de la exploración de combustibles fósiles mientras se desarrolla la transición energética en el país. Lo segundo es abandonar la idea de tomar recursos destinados a los Fondos Privados de Pensiones. Lo tercero es elaborar una política clara de infraestructura que no ahuyente o excluya al capital privado. Y por último repensar muy bien los temas de reforma laboral y de la salud que han generado pánico a ciudadanos y empresarios. Aquí pueden estar representados $1000 en la tasa de cambio y dos puntos porcentuales en la tasa de crecimiento, lo que reduce tanto la presión inflacionaria sobre el país como una sustancial rebaja de la deuda externa privada y pública.
En cualquier circunstancia, en mayor o en menor medida, se nos vino el apretón y lo vamos a sentir todos. La combinación de alta inflación, crédito caro, mayores impuestos, mercados externos deprimidos, menor consumo de los hogares, y señales equivocadas del gobierno, es una mezcla muy fuerte. El milagro y la prueba de nuestra resiliencia es que con todo esto lleguemos a un aterrizaje suave y no a un barrigazo de recesión. Pero como en todo aterrizaje, tengamos el cinturón bien ajustado, porque el carreteo del 2023 será duro y retador.