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Es cierto…la revaluación del dólar es un fenómeno mundial. La incertidumbre de recesión global, la subida de tasas por parte de la Reserva Federal, la guerra de Ucrania y sus efectos sobre las cadenas alimenticias, en fin. Hasta el euro le llegó a paridad. Pero también hay grandes diferencias entre las fluctuaciones cambiarias, y lo que le ha pasado al peso colombiano sale fuera de todas las tendencias.
De todas las monedas emergentes, el peso es el más devaluado en lo corrido de mes, ya superando al peso chileno, que se llevaba el trofeo. La conclusión es que, si bien somos parte de una tendencia, el hecho de que la lideremos es que hay factores domésticos involucrados. En nuestro caso es claro cual es: la elección como presidente de Gustavo Petro.
El gran problema con la disparada del dólar, además de representar un empobrecimiento relativo frente al resto del mundo, es su efecto cascada sobre la inflación, que ya en algunas ciudades nuestras supera los dos dígitos. Con la divisa ahora por encima de $4.500, cuando en junio 18, antes de segunda vuelta, no superaba los $3.900, se impactará directamente 20% de los productos que la canasta básica que son importados, sin aludir el impacto indirecto sobre los productos nacionales que en su cadena contienen insumos que viene de afuera. Otro impacto, y grave, proviene de las medidas que tiene que tomar el Banco de la República para contener la inflación a través de una fuerte subida de tasas, como lo ha venido haciendo.
Obviamente, este encarecimiento del crédito juega en contra del crecimiento económico y del empleo. El hecho es que el mayor reto que recibe el gobierno entrante es la inflación y la devaluación que la impulsa.
Era de prever que los mercados podrían reaccionar de esa manera a la victoria de Petro. Pero también podríamos prever que el Presidente electo, siendo un político avezado, enviaría mensajes tranquilizantes, así tuviera que modificar propuestas de campaña. Podría aludir perfectamente a que la necesidad de construir un “Gran Acuerdo Nacional” ameritaba armonizar propuestas, sobre todo en la parte económica.
Pero aparte del nombramiento de un gran economista y académico de la experiencia de José Antonio Ocampo como ministro de Hacienda, y de Luis Carlos Reyes como director de la Dian, los demás anuncios no son tranquilizantes para nada. Es más, algunos son bastante inquietantes. Por cierto, las declaraciones ayer de Reyes “que ningún trabajador con ingresos menores a $10 millones pagará un solo peso más de impuestos” es lo concreto que hemos escuchado.
Los dos temas que más causan incertidumbre, siendo estos los de una Reforma Tributaria cercana a los $50 billones y el freno a la exploración de hidrocarburos, se mantienen incólumes en la política de gobierno. Incluso el mismo Ocampo, que alcanzó a insinuar que una reforma fiscal de ese tamaño parecería inalcanzable, parece haberse alineado de nuevo. Pero hay otro factor que pesa más, y se refiere en que cuando se elige a alguien que ha cuestionado duramente la economía de mercado a lo largo de su vida, mostrándose cercano a un modelo estatista, ya no pesa tanto la solidez de su equipo económico, sino lo que diga y las señales que del propio Presidente. Y esto no se logra con un tweet advirtiendo que comprar dólares es una mala idea.
El precio del dólar es en parte un síntoma de la incertidumbre mundial, sobre la cual poco a nada se puede hacer, pero también de la incertidumbre local, donde se necesitan señales concretas y certeras que ayuden a frenar lo que hasta ahora parece un caída imparable del peso. ¡Estamos a la espera!