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En medio del fragor de la campaña, donde algunos candidatos insisten, falazmente, en vendernos la idea del caos y que vamos por un mal camino, pasaron inadvertidas dos noticias positivas sobre el tema que está en el corazón del debate político; la pobreza. En abril 26, el Dane anunció que 1,4 millones salieron de la pobreza monetaria en 2021, con lo que el índice baja 3,2 puntos porcentuales de 42,5% a 39,3%. Igualmente, la pobreza monetaria extrema bajaba de 15,1% a 12,2%...una caída de casi tres puntos. Al mismo tiempo, recibíamos la noticia de que el índice de pobreza multidimensional bajaba a 16% a nivel nacional, su registro más bajo desde la serie actualizada en 2018. Dos días después, llegaban los datos de empleo de marzo, cuando el desempleo en Colombia seguía bajando con una recuperación 1,58 millones de empleos. Tal vez más significativo aun: la persistente brecha de género tuvo una reducción importante, de 7,2% a 6%.
No es fácil entender las diferencias entre pobreza monetaria, pobreza monetaria extrema y pobreza multidimensional. A riesgo de simplificar demasiado, diré que a los primeros dos los divide una línea de ingresos mínimos mientras la última tiene en cuenta cinco componentes como son educación, condiciones de niñez y juventud, trabajo, salud, y condiciones de la vivienda y servicios públicos. El hecho es que vamos mejorando. Y no podría ser de otra manera después de crecer 10,6% nuestro PIB el año pasado y con previsiones para este año que superan 5%.
Aún así, se empeñan en pintar el panorama más sombrío para nuestra nación, y lo peor, una buena parte de la población les copia. Mi pálpito es que a ese público que les copia, que no necesariamente está en condición de pobreza, el mensaje que les ha resonado es el de la desigualdad; otro gran reto de Colombia. Pero es un reto secundario y subsidiario al reto de pobreza. Me explico: bajar la desigualdad solo es posible con crecimiento y con políticas sociales que logren subir de una forma sostenible los ingresos de los sectores mas vulnerables. Un trabajo que requiere tiempo y focalización.
Pero claro, es más fácil vender la desigualdad en un halo de resentimiento y de víctimas y victimarios. Esto les sirve a quienes quieren generar odios y división. Pero el mensaje oculto, que es más grave, es que la solución no es construir, sino “redistribuir”. Porque tal vez a través de esto último lleguemos todos a “vivir sabroso”, como lo ha expresado una campaña provocadoramente. Ahora bien, para contrarrestar este mensaje lleno de irresponsabilidad y majadería, no es suficiente el esfuerzo del Gobierno en contar sus logros de cuatro años en materia social, económica y de pandemia. Tendríamos que contar la historia de los avances como sociedad de los últimos 20 años, el avance de la clase media, la reducción de la pobreza y el desempleo, los avances en infraestructura y conectividad. De no hacerlo, la narrativa falaz se vuelve una realidad. Porque solo si todo está mal, hay que cambiarlo todo.
Mientras tanto, el tema de cómo abordar realmente el tema de la pobreza queda o rezagado o mal referenciado, cuando en verdad es tanto una condición como un reto de extinción. Los subsidios y programas de Gobierno deben ser un instrumento, no para que la sobrevivan, sino para que la superen. Es aquí donde entra el componente básico para lograrlo: un crecimiento que genere empleo. Y ya que se está dando, de pronto el tema no es que vamos por mal camino, sino de caminar más rápido.