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Después de la caída del muro de Berlín, parecía impensable que seriamos testigos de una guerra a gran escala en Europa. Aun así, llevamos casi un año de la sangrienta invasión a Ucrania por el régimen de Putin. Sorprendentemente, lo que parecía ser una victoria rápida, se ha tornado en un fracaso militar y político de gigantescas proporciones para el Kremlin, pues resulta que las fuerzas de Kiev no solo impidieron la toma de su capital, sino que hicieron retroceder a los invasores en varios frentes.
Rusia ha sido sometida a las mayores sanciones que nación alguna haya recibido. Putin, sin embargo, aislado y desgastado, pero con suficiente popularidad en casa por ahora, no parece tirar la toalla aún, por lo que la guerra por lo menos en este año parece continuar.
Desde el lado ucraniano, las expectativas pueden ser positivas. Desde el momento que lograron detener la ofensiva rusa, están recibiendo de Occidente y sus aliados, apoyo económico y militar sin precedentes. Incluso empresas privadas como Starlink de Elon Musk han puesto a disposición su red satelital de comunicaciones que han hecho la diferencia en el campo de batalla. Pero además de la valentía de las tropas ucranianas, que se han mostrado aguerrida, ágiles, y competentes defendiendo su patria, el crédito también le corresponde a su Presidente Volodímir Zelenski.
Desde el primer estallido, cuando decidió quedarse en Kiev y rechazar una evacuación ofrecida por los Estados Unidos, Zelenski ha unido a la nación, fortalecido su espíritu, y convocado la solidaridad de pueblos y naciones. La ayuda que ha logrado concitar asegura que su país estará suficientemente apertrechado para someter a la maquina de guerra rusa a un doloroso e interminable desgaste que quizás no pueda resistir.
El tema es que dejando aparte la geopolítica, el costo humano y económico es aterrador. Se calculan 150.000 víctimas, entre muertes y heridos de ambos lados. Esto incluye casi 50.000 civiles de Ucrania, que ha sufrido también un desplazamiento de 14 millones, incluyendo no solo los refugiados en otros países, sino también los internos. Familias separadas tras haberlo perdido todo, en casas extrañas y dependiendo de ayudas para sobrevivir.
Mientras tanto, los costos económicos se calculan en más de US$350.000 millones solo para Ucrania. Y a pesar de más de US$100.000 millones en apoyo financiero, humanitario y militar por parte de Occidente, su economía de Kiev se contrajo en 35% el año pasado mientras enfrenta un alto déficit fiscal y una inflación de 30%. Sorprendentemente, el costo económico para Rusia no ha sido tan pronunciado. Su decrecimiento en 2022 fue de solo -3,4%. Pero las sanciones ya empiezan a morder y sus soldados caídos en combate empiezan a superar a los de la fallida invasión de Afganistán hace 45 años.
Pero el efecto a nivel global es de dimensiones gigantescas. La Ocde estima que la economía mundial en 2023 será menor a la calculada en Diciembre del 2021 en US$2,8 billones. Como referencia, es como si hubiera desaparecido la economía de Francia. No solo se interrumpieron cadenas de suministro en el comercio mundial, sino que se disparó la inflación mientras se daba una transferencia de US$2 billones de los consumidores y las empresas a los productores de energía fósil.
Lo que queda claro es que una guerra, aun entre dos países que no suman más de 2% del PIB global, tiene serias repercusiones en todo el planeta. Y lo más grave, la megalomanía y la ciega ambición de un tirano han causado destrucción, pobreza y muerte en un continente hasta ahora próspero y pacífico.