MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
Acabo de leerme “El Liberalismo y sus Desencantados” de Francis Fukuyama, quien ha sido un faro en la politología mundial. Lectura imperdible para quienes quieren entender los retos que se ciernen sobre las democracias actuales y como defenderlas. Hace un repaso de como los principios del liberalismo clásico, que le otorga a los individuos sus derechos básicos, es decir “la capacidad de tomar decisiones relacionadas con la expresión, la asociación, las creencias y, en ultima instancia, la vida política”, se han visto atacados desde la extrema derecha que erosiona la institucionalidad del estado con intolerancia y xenofobia, y desde la izquierda radical, que los ha caricaturizado y desdibujado, asociándolos al “neoliberalismo”, buscando divisiones y réditos electorales en múltiples identidades.
Lo que uno extrae del libro es que una democracia liberal no rechaza al estado. Por el contrario, como bien lo afirma Fukuyama, “los Estados son necesarios para proporcionar bienes públicos que los mercados no proporcionaría, por si mismos” y continúa para mencionar la salud, el sistema judicial, la seguridad alimentaria y la defensa nacional. Recuerdo muy bien un chiste de Ronald Reagan que decía que lo más aterrador que podría pasar es que alguien dijera “yo soy del gobierno y vengo a ayudar”. Fue el momento en que entendí que no era neoliberal. El gobierno puede y debe ayudar, y lo hace la inmensa mayoría de las veces, incluso en Estados Unidos. Tal como ocurre en Colombia, donde le tendríamos que añadir la educación pública gratuita hasta el grado de bachiller. Y no sobra añadir que, en nuestro caso, el sistema de salud esta ranqueado entre los primeros 30 del mundo y el primero entre los países en desarrollo. Es decir, somos una democracia liberal.
Ahora bien, no hay democracias liberales sin libre mercado y economías capitalistas. Prueba de esto son los países escandinavos, ejemplos aspiracionales de muchos políticos de izquierda latinoamericanos. La cuestión es que tanto y en qué forma. Crecer el estado no necesariamente lleva a bienestar si no hay transparencia y/o eficiencia en el gasto, y habría que tener en cuenta no solo la solo la sostenibilidad de las finanzas publicas a largo plazo sino también nuestra competitividad frente al mundo y pares regionales, que podría impactar negativamente las expectativas de crecimiento.
Frente a cómo enfrentar estos retos y salir adelante, al final del libro, Fukuyama resalta que las sociedades liberales “tienen que darle prioridad a la solidaridad, la tolerancia, la amplitud de miras y a la implicación activa en los asuntos públicos si quieren ser coherentes”. Pero lo liga ahí mismo a la innovación, la iniciativa y la asunción de riesgos, lo que no es nada menos que el capitalismo. Ya en nuestro entorno, y como en toda democracia, la clave está en los balances de pesos y contrapesos, y en los límites, entendidos estos desde el lado de la aceptación popular, así como de la capacidad económica para costear un estado funcional y solidario, que respete las libertades políticas y que proteja e incentive las libertades económicas.
P.D. Resulta inquietante la proyección del déficit fiscal de 7,3% calculado por el Comité Autónomo de la Regla Fiscal, producto de incorporar, lo cual no se había hecho antes, la deuda del Fondo de Estabilización de Precios de los Combustibles. Una cifra muy diferente de 5,6% presentado en el Marco Fiscal. Esto coloca las finanzas públicas en una óptica de mayor estrés. Y aunque entiendo la lógica, el timing, en mitad de la tributaria, es complejo.