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Alguna razón pueden tener quienes afirman que debemos dejar de utilizar a países como Cuba, Venezuela o Nicaragua como el coco para asustar a los electores. El hecho es que ya no nos parecemos en nada a ellos; no compartimos sus índices de miseria, ni sus economías fallidas, ni sus autocracias sin libertades. Aún así, siguen siendo un referente de hacia dónde nos pueden llevar dictaduras ineptas de corte izquierdista. De pronto deberíamos mirar más lo que está pasando en países de similar tamaño que han compartido nuestro sistema democrático y han sido nuestros competidores por capital e inversiones. Esto es Perú y Chile.
Chile fue la estrella económica de los últimos 40 años. Es más, después de China, fue el país que mas creció su PIB per cápita en ese lapso. La reducción de sus índices de pobreza fue insuperable en el hemisferio y la pujanza de su sector privado y sus exportaciones son la envidia de muchos. Pero a buena parte del público lo convencieron de que la realidad era otra muy diferente y se volcaron a las calles con rabia y violencia. Para calmar los ánimos, se acordó una Asamblea Constituyente en la que la izquierda se alzó con mayoría absoluta, y poco después se dio la elección presidencial en la que un líder de los manifestantes, Gabriel Boric, salió elegido Presidente, con una agenda radical. Y dado el corto espacio de tiempo entre el estallido social de Chile y las manifestaciones nuestras, muchos anticipan que vamos por caminos similares.
No es lo mismo. Primero, en Chile salieron a la calle millones, mientras en nuestro caso, en su auge, salieron 250.000. Ahora bien, Chile, a diferencia nuestra, tenía una presión de sectores progresistas sin válvula de escape, toda vez que los regía una Constitución que venía del régimen del dictador Pinochet. Nosotros tuvimos una decisiva participación de la izquierda en la definición de nuestra Carta Magna, que además gobierna ahora las tres principales ciudades. Lo otro es que el país austral no ha sufrido los embates de la subversión armada ni tiene al lado el espejo de un país fallido que intenta todos los días desestabilizar nuestra democracia, mientras exporta millones de migrantes que dan testimonio de su fracaso.
Lo de Perú es otra dinámica aún más distinta. A Pedro Castillo lo llevó al poder el voto rural, indígena y de provincia, enfrentado a una candidata que representaba la política tradicional, con la condición de ser hija de un dictador y estar investigada en un proceso de corrupción. Nada parecido a lo que pasará en Colombia. Quien posiblemente enfrentará a Gustavo Petro en segunda vuelta, es decir, Federico Gutiérrez, no tiene un solo señalamiento. Y contrario a Perú, el voto más rural y de provincia, con contadas excepciones, tiende a ser más conservador.
Ahora bien, hay que ser justos y recordar que tanto Chile como Perú son todavía democracias funcionales. Existen libertades económicas y políticas, así Pedro Castillo haya afectado el derecho a la protesta. Ambos mandatarios están sufriendo bajas impresionantes es su popularidad a pocos meses de haber asumido el poder, y ambos países han tenido una importante fuga de capitales, dadas las señales negativas o confusas que han enviado a los mercados. Pero de aquí a que estos países abandonen el modelo de libre economía hay mucho trecho.
Aún así, Colombia tiene su historia y su dinámica propia que la separa de cualquier “ola progresista” que mucho vaticinan sumergirá el continente. No se nos olvide que, en 2008, durante el gobierno de Álvaro Uribe, gobernaban en Suramérica Chávez, Lula, Bachelet, Kirchner y Correa. Amanecerá y veremos.