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Los analistas políticos, y buena parte de la opinión pública, no terminan por entender las fuerzas que llevaron a que Donald Trump, el candidato menos opcionado al iniciar las primarias republicanas, se quedara con las llaves de la Casa Blanca y el manejo de la política económica, comercial y social del país más relevante a nivel global. Si bien el triunfo parece haber sido una sorpresa, lo cierto es que ha sido producto de un sano ejercicio democrático en el que los votantes estadounidenses han dado su veredicto, un hecho que debe aceptarse como el sentir de las mayorías del Colegio Electoral.
Trump, además de ser un reconocido empresario, es un economista formado en la Escuela de Negocios Wharton de la Universidad de Pensilvania, una de las mejores en su campo. Por lo tanto, afirmar que es una persona no educada y/o preparada es una falacia. Otra cosa es no estar de acuerdo con sus posiciones de campaña, a lo cual sugeriría dar un compás de espera, ya que me atrevo a pronosticar que su mandato será mucho menos radical que su discurso electoral. Además, sería irreal subestimar la fortaleza institucional del sistema como tal en los Estados Unidos, así como su formidable esquema de pesos y balances, piedra fundamental de su constitución política y estabilidad democrática.
Aun así, su elección ha generado temor, en buena parte alimentado por el carácter beligerante de su campaña. Sus declaraciones sobre el futuro de la política comercial, sus eventuales políticas en materia de inmigración, y otras sumadas al manejo fiscal han contribuido a incrementar la incertidumbre.
Sin embargo, si bien los resultados de las elecciones han generado una marcada volatilidad en los mercados financieros globales, como ha ocurrido en otras latitudes, seguramente ésta será transitoria. Lo que sí es un hecho es que en el corto plazo las volatilidades podrían alimentarse mientras se reconfiguran las directrices del nuevo Gobierno.
En primer lugar, el ruido político y la incertidumbre sobre la política económica derivarán en una prudencia monetaria, lo que permitirá mantener las actuales tasas de interés por mucho más tiempo. La Reserva Federal ha sido minuciosamente cautelosa con sus movimientos de política monetaria y, en este escenario, mantendrá con seguridad dicha cautela. Además, el fortalecimiento del dólar aliviará las presiones inflacionarias, lo que reducirá la probabilidad de incrementos en tasas en diciembre próximo.
La incertidumbre en el corto plazo, y cualquier elemento que la exacerbe, podría llevar a los inversionistas internacionales a refugiarse en activos seguros (fly to quality), alterando con ello la dinámica de los flujos en los países emergentes. Este escenario podría venir acompañado de algunas presiones cambiarias, aumentos del riesgo país y encarecimiento de la deuda pública externa.
En el caso de Colombia, la fortaleza del dólar generaría algunas presiones inflacionarias que podrían postergar el inicio de una política monetaria menos restrictiva, algo por supuesto poco deseable dada la debilidad de nuestra demanda interna. Dado el hermetismo en su campaña en torno a Colombia, quizás el elemento de mayor incertidumbre en torno al efecto-Trump se asocia al proceso de paz y a las relaciones políticas bilaterales entre ambos países. Sin embargo, bien hay que señalar que el apoyo del Gobierno de Estados Unidos a Colombia siempre ha sido bipartidista, lo que se extiende al tratado comercial vigente, el cual muestra, contrario al caso mexicano, un déficit de nuestra parte.
Por todo esto, es preciso entender que si bien el triunfo de Trump ha tomado al mundo por sorpresa, las consecuencias de su gobierno no tendrán el carácter catastrófico que se ha señalado. Una cosa es ser candidato y otra, por supuesto, presidente, de allí que el tono desafiante que alimentó la campaña tenderá a decantarse y a virar hacia un ejercicio de centro-derecha, lo que se convierte en un parte de tranquilidad que los mercados deben comenzar a interiorizar.