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El 2022 fue el año en que resucitó la política industrial; siempre estuvo ahí, presente, pero nunca tan viva. La constante y creciente disputa por la hegemonía global, entre China y Estados Unidos, ha provocado el resurgimiento de esta estrategia que había permanecido dormida por varias décadas.
En los Estados Unidos, Biden ha actuado con una fuerza -“muscular”, como la llaman los medios americanos- no observada, ni siquiera, en la era Trump. En lo que va del mandato, el Gobierno americano ha destinado US$464 billones -casi dos veces el tamaño del PIB colombiano- para impulsar y subsidiar energía limpia, carros eléctricos y semiconductores. Además, los EE.UU. han prohibido las exportaciones de microchips para impedir que estos lleguen a China y marcar soberanía tecnológica frente a Taiwán, cuyo futuro es incierto.
Lo cierto es que Biden resultó incluso más enérgico que Trump en esta materia y que en Estados Unidos siempre habrá apoyo Bipartidista cuando se trata de contrarrestar a China.
Por su parte, la Unión Europea no quiere quedarse atrás y, en Davos, dio a conocer su plan de política industrial verde para hacer de Europa el centro de inversiones tecnológicas sostenibles.
Pero también, las medidas del Gobierno Americano están afectando a sus principales aliados. Empresas europeas están decidiendo materializar sus planes de inversión en Norteamérica -y no en el antiguo continente- en busca de subsidios del “Tío Sam”. Esto ha provocado tensiones trasatlánticas que claramente no son convenientes.
Sumado a lo anterior, y derivado de la crisis que provocó el covid-19 en las cadenas globales de valor, Occidente se ha embarcado en un camino por fortalecer estas cadenas, alejándose de la eficiencia en costos, pero acercándose a la confiabilidad, por medio del “friendshoring” y el “nearshoring”, donde se busca que los proveedores de empresas americanas estén ubicados en países amigables y cercanos.
Dice, el diario The Economist, en una crítica a las políticas de Biden, que de seguir así -atacando a China y llevándose por el camino a sus principales aliados- el mundo entrará en un espiral proteccionista del que nadie saldrá beneficiado. Otros analistas, de corte más progresista, han favorecido las políticas de Biden y aceptan, que “la nueva globalización es la desglobalización”. Me inclino a pensar que tendremos décadas de este segundo camino; aquel de una globalización menos profunda y con mayor intervención estatal.
Mientras lo anterior sucede en la lucha por la hegemonía global, el Gobierno colombiano lanzará prontamente su nueva política industrial: “la reindustrialización”, liderada la viceministra de desarrollo, quien conoce bastante sobre la materia. Sin conocer el contenido de la propuesta, vale la pena mencionar que ésta parece estar alineada con lo que sucede fuera de nuestras fronteras: una inclinación del péndulo hacía un mayor rol del Estado en el curso de la actividad económica. Dentro de un rango de matices de política razonables, donde creo que se ubicará la política de reindustrialización, lo importante será encontrar un adecuado punto medio entre mercado y Estado que permita la fluidez de la misma política y, por tanto, su adecuada implementación. Esto último se llama pragmatismo y gerencia.