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La preocupación por entender la interdependencia ambiental al interior del Amazonas ha cumplido ya unos 140 años, desde las incursiones de De La Porte Castelnau (1877) y Crévaux (1882). Después vendrían los fundadores de la antropología y etnobotánica, tales como Koch (1900), Schultes (1940), Reichel (1952), Hildebrand (1972) y Davis (1975).
Todos ellos desarrollaron el sueño de Alejandro Von Humboldt de realizar una segunda reconquista de América-Amazónica, tras las enseñanzas que nos dejaron sus cinco años de incursiones pioneras (1799-1804). Dichas incursiones dieron pie a la creación del concepto de “medio ambiente” al relacionar la topografía, el clima, la fauna y la flora de manera unificada (A. Wulf, 2016, “The Invention of Nature”).
La mayoría de estos aventajados exploradores han sido extranjeros de origen francés, alemán o norteamericanos, pero hoy quiero resaltar la gran tarea que cumplió el nacionalizado colombiano Martin Von Hildebrand, hijo sí del inmigrante alemán Franz, el primer rector de la Universidad de los Andes y quien llegó al país en 1949 (instalándose con su familia en predios de la universidad-finca).
La similitudes entre Franz Hildebrand y Albert Hirschman son impresionantes: ambas familias huían de la persecución nazi y se habían unido a la resistencia francesa, salvando vidas por la ruta de Marsella; tuvieron cercanías con Estados Unidos, pero acumularon valiosas experiencias en Colombia y apoyaron la creación de facultades de antropología y ciencia política.
Dice Martin que su incursión por 50 años (1972-2023) en la selva amazónica (a veces como funcionario público defendiendo etnias) fue una casualidad: haber conocido a Gerardo Reichel-Dolmatoff y a su esposa Alicia Dussan en la Universidad de los Andes (donde germinó la semilla plantada en el Liceo Francés a estudiantes que gustan de la filosofía, pero al lado de la naturaleza, tal como le había ocurrido Humboldt).
Dicha pareja venía estudiando la cultura Kogui en la Sierra Nevada y quisieron extender sus estudios, desde la recién fundada facultad de Antropología, hacia los ríos Pira-Paraná y Apaporis para conocer los enigmáticos indígenas tanimukas de la selva amazónica.
Y Martín pronto encontró que esa era la vida que quería seguir. Después de hacerse operar su apéndice (para sobrevivir en la selva) y practicar sus “primeros auxilios” en salas de emergencia rurales, el naciente Instituto Colombiano de Antropología lo contrató.
Inició sus exploraciones en 1972 y, armado de cámara fotográfica (a lo Schultes) y de baúles metalizados del pasaje Rivas, logró llegar a su objetivo.
Tras cinco meses de su inicial estadía, se fijó la triple meta de entender su cultura, documentarla y trabajar para preservarla, siendo su gran aliado la figura emblemática de Roque Roldan, un funcionario público apersonado de objetivos similares desde el Incora del año 1961.
Los logros de Martin y su equipo son de talla global: i) han trabajado con cerca de 60 etnias del Amazonas; ii) establecieron (con protección Constitucional y Legal de Colombia, apoyados por los gobiernos de Belisario, Barco, Gaviria y Santos) zonas de reservas indígena por el equivalente a unas 250,000 Km2 (un tercio de la zona amazónica, del tamaño de Francia); ningún otro país ha alcanzado esta magnitud de protección legal indígena; iii) empoderaron gobiernos autónomos indígenas en dichas reservas indígenas, gracias a su dialogo permanente, incluyendo a las Farc y los organismos internacionales.
Cuando esculcamos al interior del libro de Martin Hildebrand (2023, “El Llamado del Jaguar”), encontramos que las claves de tales éxitos de vida y con impacto local y global tienen que ver con una rara mezcla de habilidades en Martin.
Él no es un académico, pero valora mucho los aportes de quienes los hacen (incluyendo su ex - esposa Kika, “casualmente” la hija de Gerardo y Alicia). Martín tenía la paciencia para alcanzar objetivos concretos, pero difíciles de alcanzar entre poblaciones indígenas, como los almacenes de abastecimiento indígena operado por las etnias. Supo rodearse de lideres indígenas que perseveraron hasta superar el gran problema de “…fiar hasta la quiebra”, resultante del desinterés por la rentabilidad y la imposibilidad de desconocer las necesidades de sus congéneres.
En ocasiones sus objetivos-platónicos (… producto de escuchar historias indígenas … sin entrar a averiguar la lógica de las mismas) se concretaron en Tratados Internacionales de preservación y auto gobernanza indígena, a través de ir profundizando los Acuerdos OIT-169 durante las negociaciones internacionales de 1989, 1991 y 1995.
La paciencia adquirida en su relación con los indígenas y sus experiencias en rituales de Yuruparí (incluyendo allí a su propio hijo) le permitirían convertirse en un hábil negociador internacional. Allí las alianzas con Nórdicos, con países del tercer mundo y hasta con la Iglesia Católica (que tanto habían repudiado por sus labores evangélicas anticultura indígena) resultarían vitales para consolidar dichos Tratados internacionales.
A sus 70 años, en 2013, Martín entregó a su hijo Antonio la conducción de la Maloca Gaia-Amazónica, la cual ha logrado multiplicar por cinco sus recursos en la última década. Esta es una buena señal de que esa “… escucha cuidadosa de relatos indígenas” ha cumplido su sueño de preservación histórico-ambiental, para beneficio de Colombia y del planeta tierra.