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Desde la profundización del sistema de pagos transaccionales (1950-1960), los bancos ganaron gran posicionamiento, apalancándose en la tenencia de dineros a la vista. Al conocer bien los hábitos de pagos de su clientela, los bancos fueron extendiéndoles facilidades de cuentas de ahorro (remunerándolas) y tarjetas de crédito (sistemas automáticos), especialmente en los Estados Unidos.
A pesar del advenimiento digital, abaratando y agilizando procesos, existe relativo consenso en que el sistema Occidental poco ha progresado en su estructura de costos y verificación de riesgos. Esto sorprende negativamente, dado que la experticia de un sistema que ha cumplido ya 50-años debería haberlo catapultado para reducir costos transaccionales y agilización de procesamientos vía “inteligencia artificial”.
Por eso es que asistimos, en la última década, a una verdadera batalla por conquistar el sistema transaccional global entre los bloques de Estados Unidos, Europa y los Emergentes (China, India y Brasil). Mientras los dos primeros bloques presentan alta dependencia histórica bancaria, los Emergentes están aprovechando de mejor manera su despliegue de “billeteras digitales” y con menores barreras a la entrada (ver Clavijo y Vera, 2023, “Banca Central...”, Tirant Lo Blanch).
El cuadro adjunto ilustra cómo la penetración de las tradicionales tarjetas Visa-MasterCard domina globalmente, al contar con una clientela del exterior estimada en unos 100 millones de personas; pero el sistema global (UnionPay) ya está cerca de los 65 millones de clientes (The Economist, mayo 20 de 2023). En cambio, China parece haberse “encajonado” en atender de manera monopólica su abultado mercado local y tan solo alcanza unos 2,5 millones a nivel global. De hecho, en China hoy resulta imposible utilizar Visa-Mastercard.
Lo anterior implica que, a lo largo de esta década, cabe esperar que la batalla transaccional se agudice, dada la gran discrepancia de costos para sus clientes a nivel global. Por ejemplo, mientras en los Estados Unidos el cobro a establecimientos que habilitan pagos con dichas tarjetas de crédito fluctúa entre 1% y 3%, en Europa se han revelado a tal cuasi-monopolio y legalmente se han establecido topes al cobro de esas comisiones (0,3% advalorem para las de crédito y 0,2% para las de ahorro transaccional), ver cuadro adjunto.
Y en la ágil expansión de los modernos sistemas de pagos en China, Brasil e India se vienen cobrando comisiones tan bajas como 0,2% a 0,5% a los establecimientos comerciales. Luego surge una crucial pregunta: ¿Cómo puede el sistema de los Estados Unidos resistirse a la baja en el cobro de tan abultadas comisiones de 1%-3%, que en 60% vienen a beneficiar a los bancos que emiten tales tarjetas y el restante 40% a Visa-MasterCard, dejándoles márgenes netos de ganancia de 50%?
La respuesta es compleja y toca con muchas aristas sobre la forma en que operan de manera diferenciada los mercados. Inicialmente, se pensaba que los establecimientos comerciales serían indiferentes a tan altos costos, pues esos corretajes simplemente se le pasarían a la clientela que quisiera pagar con dichas tarjetas; luego implícitamente se generaba un mercado con descuento para los pagos en efectivo.
Pero resulta que la clientela se reveló contra el mercado de pagos en efectivo con descuento y exigió que se aceptaran los pagos con tarjeta (sin dicho castigo). Se creo entonces un mercado particionado: pequeños establecimientos sin pagos en tarjeta y con productos más baratos para los que allí acudían a pagar en efectivo; y, de otra parte, el mercado de los grandes volúmenes, el cual creció amparado en el uso de tarjetas que permitían explotar la información cruzada que dejaba ese sistema de pagos con tarjeta.
Y fue de esta manera como los establecimientos medianos y grandes aprendieron que el beneficio de expansión del mercado superaba el aparente sobre-costo del corretaje aplicado por endosar pagos con tarjeta. Y también aprendieron que el tema de reclamos no tenía nada que ver con sus establecimientos comerciales, sino que esa pesada tarea de verificación de pagos y disputas sería total responsabilidad de los bancos.
Adicionalmente, los bancos y las empresas de tarjetas se movieron en la línea de abaratarle costos a su clientela, pero por la vía de los “puntos redimibles” al usar tales tarjetas. Este no ha sido un factor menor, pues se estima que los compradores que optimizan el sistema de redención de puntos pueden estar ahorrándose hasta 1,3% del valor transaccional (equivalente a casi 50% del costo del corretaje); si bien este beneficio no le llega directamente al establecimiento, el sector comercial sabe que se ha visto impulsado el consumo y la profundización del mercado por cuenta de este fenómeno de “puntos”, algo que los pagos en efectivo nunca hubieran alcanzado.
Luego el desafío a futuro, para los mercado de Emergentes, es doble: de una parte, deben poder ofrecer ese escalamiento del mercado vía uso de “inteligencia artificial” para generar una “polinización-cruzada” del mercado de consumo; y, de otra parte, deben ser capaces de operar a bajo costo las disputas y verificación de pagos en medio de la escalada de ciber-ataques. Estas son tareas complejas, tal como lo han probado los pagos alternativos al Swift (generados a raíz de la crisis Ucrania-Rusia).