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El desconocimiento de datos científicos por parte del Presidente Trump sobre el calentamiento global y sus nefastos efectos globales despierta grandes dudas sobre su supuesta inteligencia cognitiva. De hecho, no se requiere un elevado coeficiente intelectual para entender el sentido de causalidad que tienen las altas emisiones de gases contaminantes sobre el calentamiento global, la elevación del nivel de los mares y las frecuentes inundaciones.
La derecha-fundamentalista niega la presencia de estos graves fenómenos, argumentando que “todavía ven nevar y sienten frío en el invierno”. La evidencia científica indica que los pronósticos realizados décadas atrás sobre calentamiento global han errado al quedarse cortas en dimensionar sus devastadores efectos climáticos.
Todo apunta al fracaso en los objetivos centrales del Tratado Climático que se había firmado en París en 2015; la muestra más reciente ha sido el encuentro climático de Naciones Unidas (COP25-Madrid en diciembre del 2019), el cual diluyó aún más los instrumentos requeridos para ello.
El objetivo central era evitar que la temperatura global se llegará a elevar en más de 1.5-2.0 grados centígrados durante el resto del siglo XXI. Tras el abandono de dicho tratado por parte de Estados Unidos y con la poca voluntad que han mostrado China e India, todo parece indicar que vamos para un calentamiento global superior a los dos grados.
Las variables ambientales están inter-conectadas. Por ejemplo, la mayor demanda por carne de ganado causa aceleración en la deforestación para siembra de pastos. El menor follaje amazónico disminuye la pluviosidad global promedio. Esas menores lluvias ahora son más torrenciales y a destiempo respecto de la necesidad de los cultivos. El calentamiento producido por las menores lluvias provoca, a su vez, menor follaje y elevación de las temperaturas de los mares. Esto último, acelera el deshielo y causa inundaciones de embravecidos ríos y mares (ver The Economist, “The rising seas”, Agosto 17 de 2019).
Asia viene aprovechando los mayores costos de control climático que enfrenta Occidente para expandir su aparato productivo. Vietnam, Indonesia y Malasia expanden sus cultivos de caucho y aceite de palma a través de temibles deforestaciones. India acelera la extracción de su carbón, en condiciones laborales infrahumanas. Tardíamente, China se ha percatado de que también es difícil respirar en sus “nuevas ciudades”, incluyendo Shanghái.
El liderazgo de preservación climática ha pasado a una débil Francia, ante los problemas políticos que enfrenta Alemania. Los tradicionales apoyos de los países Nórdicos a la causa ambiental no encuentran eco en Brasil, Bolivia o Argentina, cada cual enfrascado en métodos de aceleración de su PIB-real, sin prestar atención a los problemas ambientales. Prevalece la miopía-ambiental a nivel global.
Consolidar datos concretos sobre el creciente daño ambiental puede ser la mejor forma de combatir el desinterés de Estados Unidos y de Asia a este respecto. América Latina también parece haber dado curso atrás a su conciencia ambiental. El año 2019 se caracterizó por cúmulos de incendios en California, Australia (incluyendo robos de reservas de agua), Brasil y Bolivia (estos últimos promovidos por colonos de la zona amazónica).
Recordemos que la temperatura global se había elevado durante el último siglo en cerca de 1 grado centígrado (con corte a los años 60). Todo indica que, antes de finalizar este siglo XXI, podría estarse elevando otros 2 o 3 grados centígrados adicionales.
La amenaza más evidente ha sido sobre los deshielos en la Antártida y el elevamiento del nivel de los mares. Al combinarse esto con mares más calientes, se tienen amenazas de inundaciones que se cuentan no por centímetros, sino por metros de escalamiento de las aguas fluviales y marítimas. En los años 50, Holanda experimentó inundaciones de un 10% de su territorio, con elevación de aguas hasta de 4 metros. Durante los siguientes 30 años, Holanda construyó sistemas de esclusas para enfrentar incrementos de aguas hasta de 3 metros y ha venido manejándolo para evitar ese tipo de inundaciones.
El problema es que ese sistema ahora se ha venido activando con mayor frecuencia y se pronostica que pronto podrían enfrentar desbordes de ese límite de 3 metros, ante los deshielos de la Antártida. Dada la magnitud de la amenaza, las autoridades han reconocido recientemente que practicar ejercicios de evacuación no tiene mayor sentido, pues no habría donde refugiar a la gran cantidad de afectados. Algo similar ocurre en zonas de Bangladesh y de India, sin contarse allí con sistemas de esclusas. Pero este no es un problema únicamente de países subdesarrollados, pues la propia Manhattan ya ha sido amenazada a través de Huracanes (como el Sandy en 2012) y se han tenido daños y perdidas de numerosas vidas en Puerto Rico (2017) y en Bahamas (en 2019).
En síntesis, ya no está en juego solo el futuro ambiental de las generaciones que aún no han nacido, sino que ahora tratamos de preservar la vida de nuestros propios nietos ya en crecimiento.