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Durante el período de guerras mundiales (1914-1945), el mundo económico experimentó el increíble laboratorio de la Gran Depresión (1929-1933). Ello forzó a los economistas, primero, a adoptar un lenguaje cada vez más formal a través de la descripción matemática de los fenómenos y, segundo, a buscar evidencia empírica que pudiera dar sustento a esas hipótesis cuánticas. Casi con un rezago de 50 años, la economía se empezó a vestir de bata blanca científica, tal como lo venían haciendo los físicos y químicos desde principios del siglo XX.
La obra de Keynes se popularizó a través de la descripción matemático-gráfica de Hicks y los ciclos económicos empezaron a tener vida propia a través de las series del PIB-real, la inflación, el desempleo y las tasas de interés. A través de ello, Keynes ideó la visión del “aparato analítico-económico” con el cual debía entenderse la relación entre la eficiencia, la aplicación de la justicia y los principios de libertad económica. Gracias a ello, la profesión de los economistas llegó a posicionarse como los “trustees de la civilización moderna”, ver Nassar (2011) en http://anif.co/sites/default/files/silvia_nassar.pdf.
Este proceso tomó siglo y medio, desde que Smith publicara “La riqueza de las naciones” en 1776. Para bien o para mal, la profesión de los economistas se ha convertido en la cantera de los hoy llamados técnico-políticos, muchos de los cuales han venido gobernando la India, Brasil, México y, hasta cierto punto, Colombia durante las tres últimas décadas.
La economía se emperifolló como “ciencia” y en 1969 se otorgó el primer premio nobel de economía a Frisch y Tinbergen por el desarrollo de modelos dinámicos de crecimiento. Pronto esta profesión empezaría a mirar por encima del hombro al resto de las ciencias sociales, incluyendo a sociólogos, historiadores, psicólogos y antropólogos. Con el tiempo, los economistas irían cooptando al resto de las ciencias sociales, pero el tiquete de aceptación era a través de las matemáticas.
De hecho, esas matemáticas “como moneda de cambio” de la profesión se volverían cada vez más abstractas hasta llegar a la topología (“análisis real”) y crearían nuevas áreas de análisis, como la teoría de juegos, amparadas en la volatilidad del comportamiento humano. En este sentido, no es sorprendente que se hayan otorgado varios premios nobel de economía a quienes nunca la han estudiado como tal, premiando más su inventiva matemática para aplicarla al campo de la psicología (Nash, Thaler o Kahneman), ver Comentario Económico del Día 6 de abril de 2017 (ver cuadro adjunto).
Pero, a pesar de este gran progreso multidisciplinario, hoy la profesión económica ha caído en un nuevo “valle de tristezas”, pues no solo su instrumental macro-financiero no logró anticipar la Gran Recesión (2008-2013), sino que también se siente frustración por lo difícil que ha resultado extrapolar a las masas algunos éxitos obtenidos en proyectos microfundamentados. Dicho de otra manera, la economía ha estado en las últimas tres décadas de tumbo-en-tumbo en la búsqueda de lecciones relevantes. La profesión ha pasado del auge de la macro en los años sesenta y setenta, a la árida búsqueda de alternativas microeconómicas durante los años ochenta y noventa, para caer nuevamente en la desolación científica reciente.
No es casual que ahora se afirme que mientras los macroeconomistas se equivocan a nivel de “lo general” (pensando en Keynes), los microeconomistas se equivocan a nivel de “lo específico”, sobre cuáles son los proyectos verdaderamente exitosos y las razones que permitirían masificarlos. En este último caso, se hace referencia a la moderna teoría de “transferencias condicionadas” para mejorar, por ejemplo, los programas de salud o educación (ver The Economist, “A Little Knowledge”, abril 28 de 2018).
Tal vez a nivel macroeconómico deba abandonarse la ambiciosa idea de que los modelos de equilibrio general (al abarcar más) deban ser la guía para el diseño de las políticas públicas. Luce más procedente continuar con el enfoque multidisciplinario (sociología, psicología social y economía) para tomar en cuenta el poderío de combinar los “incentivos-precio” con los “incentivos amigables” (ver Thaler y Sustein, 2009, en http://anif.co/sites/default/files/torre_de_marfil_180.pdf).
A nivel microeconómico, afortunadamente, también se ha ganado experiencia en saber que casi nunca los modelos exitosos son replicables en otras latitudes y de allí la importancia de la experiencia de campo y el adecuado balance entre ponderar bien las limitaciones culturales, geográficas e institucionales (ver Banerjee y Duflo, 2011, en http://anif.co/sites/default/files/torre160_0.pdf).