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La Corte Suprema de los Estados Unidos ha tenido una seguidilla de fallos inclinando la balanza de la justicia hacia la derecha política, tal como lo pretendía Trump al lograr una mayoría de corte republicano. A pesar de solo haber gobernado Trump un periodo (2017-2021), esa derechización-judicial fue el resultado de diversas vacancias generadas por retiros voluntarios de sus longevos miembros y por tropiezos en la ratificación de los candidatos demócratas postulados al finalizar la Administración Obama (2009-2017).
Los fallos con inclinación hacia la derecha política han incluido: i) dar por finalizado “el derecho-federal al aborto”, lo cual ha obligado a decisiones a nivel de cada Estado; ii) declarar inconstitucional el plan de perdón de deudas estudiantiles vigentes, hasta por US$10.000, aduciendo tratamiento inequitativo; iii) prohibición de matrimonio entre personas del mismo sexo; y iv) poner fin al programa de “cuotas raciales” en admisión universitaria (affirmative-action), inclusive en las entidades privadas.
Quienes apoyan esta última decisión de la Corte aducen, con algo de razón, que el mecanismo de “cuotas raciales” nunca cumplió su objetivo, tras haberse aplicado por cerca de cuatro décadas. Y que, al insistir en el discriminador a favor de negritudes y latinos, se afectaban los asiáticos y otras minorías. Las medidas más gruesas indican que, tras la aplicación de tal esquema, la participación agregada universitaria de minorías tan solo llegaba a 20% de un potencial inicial imaginado en 40%.
Una de las principales razones del fracaso ha sido la doble moral que han venido aplicando la mayoría de las universidades elite de los Estados Unidos, al otorgar generosas cuotas a favor de los más ricos (quienes dan donaciones a cambio de admitir a los de su estirpe bajo el esquema “legacy”) y también bajo amañados programas de “círculo de amigos” (con generosas cuotas a través participación en amplia gama de deportes, incluidos los más elitistas).
Así que el “instrumento discriminador” (raza) no venía funcionando y podría concluirse que la Corte Suprema lo que hizo fue evidenciar el fracaso de este. Pero entonces queda la pregunta sobre ¿qué deberían hacer las universidades públicas (en primer lugar) para continuar con el principio inclusivo (que la misma Corte ratificó en ese mismo fallo)?
Resolver este tema de inclusión educativa superior es crucial, pues es un elemento vital del “ascensor” social. Sandel (2020, “La Tiranía del Mérito”) ha venido presentando sólidos argumentos sobre el fracaso del sistema educativo de los Estados Unidos a la hora de lograr equilibrios entre “propósito de vida” e ingresos acordes con las aspiraciones de la clase media.
Sandel explica cómo ha venido proliferando un sistema educativo que se caracteriza por favorecer a pocos ganadores de prestigiosas universidades privadas (representando 4% del estudiantado universitario). Ese sistema él lo caracteriza como “tiranía meritocrática que destila arrogancia y concentración del ingreso”. Los ganadores han tenido ingresos en múltiplos de +100 respecto de los muchos “perdedores” que enfrentan desazón y resentimiento social. Parecería que el ascensor social de 1950-1970 se hubiera varado. Las universidades “Ivy-League” ahora son emuladas hasta por algunas públicas y generan alto costos educativos e inequidad.
Coincidimos con Sandel en que, aún si se dieran más oportunidades de acceso de la clase media a ese sistema universitario, ello no arreglaría el problema de alta concentración de ingresos, tal como ahora lo analiza también Acemoglu (2023, “After Affirmative Action”, Project Syndicate, July 16th).
Empecemos por señalar que los títulos universitarios cada vez son menor garantía de llegar a concretar los “ingresos-aspiracionales” de esa clase media. La competencia por talento-práctico en el sector productivo es cada vez más marcada a nivel global. Esto implica que solo el puñado que logra especializarse en los sectores líderes de cibernética, bio-médica e ingenierías continuará llevándose los grandes sobresueldos.
Pero la sugerencia de Sandel de establecer loterías en admisiones universitarias, a partir de un mínimo de calificaciones, poco aportará a solucionar este problema de concentración del ingreso. El problema es mucho más profundo y Sandel ha debido analizar la incidencia sindical en las escuelas públicas y su baja calidad, tal como ocurre en Colombia. Existe de facto una discriminación en calidad que juega en contra de la educación pública, desde la misma educación primaria, la cual continúa ignorándose a nivel político y de gestión Estatal.
Sandel como filósofo de la moral aporta mucho en sus discusiones históricas al contrastar la visión de Hayek con la de Rawls en materia de validación del mercado respecto al aporte de dichos profesionales a la sociedad. Pero como explicábamos en otras ocasiones, la discusión de Sandel sobre disciplina y garra profesional requerida para el éxito es más bien moralista: él considera esas virtudes como denigrables al dejar atrás a los que (... concedido) o no tuvieron oportunidades, o no tuvieron talento, o no cultivaron dicha garra. En cambio, el psicólogo-social Tough (2013, “How Children...”) concluye que la tarea de generar disciplina-trabajo es por excelencia democrática, pues nadie puede heredarla. He allí el desafío de tantos padres dedicados a mejorar su educación en casa.