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Recientemente tuve una experiencia cercana sobre la operatividad del “capital social” en los Estados Unidos. Cabe recordar que Putnam (2000 “Bowling Alone”) nos venía advirtiendo sobre los peligros del debilitamiento en las organizaciones sociales que sustentaban dicho capital social. Y, en efecto, hoy se constata menos ciudadanos vinculados a las ONG y parecería que el “ciudadano-medio”, que había llamado tanto la atención de Tocqueville (1835-1840), se estuviera despreocupado de su vecindario.
No obstante, aún subsisten en Estados Unidos redes importantes (tipo Rotary Clubs) que realizan encomiables tareas pro-bienestar tanto de sus vecinos como a nivel internacional. El Club Rotary de Seattle me invitó a compartirles la visión macroeconómica de un “outsider” sobre tensiones globales (Ucrania y Palestina) e implicaciones para sus elecciones presidenciales de noviembre-2024.
No cabe duda de que el más beneficiado fui yo, pues tuve oportunidad de palmar lo viva que está su sociedad civil a través de: i) reportes sobre el manejo del medio ambiente, reciclaje y ciclos de plagas según la estación; ii) promoción de bazares para impulsar proyectos locales pro-bienestar común; iii) divertidos juegos para aceitar el conocimiento de sus vecinos; y iv) financiamiento internacional de proyectos contra la malaria en África (Zimbabue), reportándose avances en provisión de bicicletas rurales y maletines de primeros auxilios, habiendo viajado algunos de sus miembros allí para verificar buena aplicación de sus recursos.
Cabe recordar que la teoría económica ha postulado dos paradigmas contrastando el desarrollo socio-económico de los Estados Unidos con lo ocurrido en Europa. Dada la prevalencia de la economía de mercado en Estados Unidos, se ha dicho que allí los precios dan “señales” que gobiernan su desenvolvimiento socio-económico (ver Clavijo, 2020 “Frustración…” Doc-Cede No. 39) y poco se requerirían las ONG.
Por ejemplo, la alta flexibilidad de los mercados laborales en los Estados Unidos tiende a generar elevada disparidad en las remuneraciones salariales en función de la demanda por trabajo de alta calidad. Esta demanda laboral bien focalizada se refleja, a su vez, en favorables resultados en la cadena productiva, pues sus elevadas productividades laborales redundan en aceleradas utilidades para las firmas y crecimiento económico.
De esta manera, los pisos mínimos de remuneración salarial, ordenados a nivel federal en los Estados Unidos, terminan siendo fácilmente rebasados por esa dinámica de los mercados laborales flexibles, de tal manera que el salario medio actualmente le saca un multiplicador de casi tres veces al salario mínimo federal.
Esto contrasta con lo que ocurre en muchos países de América Latina, donde ese activismo laboral del Estado ha causado compresión del salario medio hacia el salario mínimo (especialmente en Perú, México y Colombia). Y esto tendería a agravarse con reformas laborales que solo buscar encarecer la contratación legal, como actualmente se discute en Colombia.
Sociológicamente, lo anterior se traduciría en una cultura norteamericana en la cual la carrera profesional y de la familia se percibe como el resultado del esfuerzo individual más que por factores fortuitos. De allí que en los Estados Unidos la acumulación de riqueza individual no sea mal vista, sino que, por cerca de 300 años, se ha postulado como “el modo de vida norteamericano”, donde su clase media “busca ese sueño de vivir mejor (consumiendo más)”, gracias al esfuerzo individual. Estos valores-sociales llamaron tempranamente la atención de visitantes provenientes de Europa, notando que los empresarios en América recibían tan alta estima como aquellos gentlemen en Inglaterra, los intelectuales en Francia o los académicos en Alemania (Greenspan y Wooldridge, 2018 “Capitalism in America”).
Bajo este paradigma norteamericano, la función del Estado debería focalizarse en hacer respetar “el imperio de la ley y los derechos individuales, en proveer una serie de servicios públicos básicos y de infraestructura. Este esquema de organización social genera una gran competencia y dinamismo económico, pero ello puede ocurrir a costa de la calidad en la provisión de bienes y servicios básicos, afectando a grupos minoritarios y de bajos estratos sociales. Luego el papel de las ONG cobraría vitalidad para complementar la ausencia de un Estado-paternalista.
Por contraste, la cultura socio-económica de Europa ha impulsado, desde las épocas de Bismark a finales del Siglo XIX, un Estado con alta intervención para morigerar los vaivenes de los mercados y la incertidumbre que generan hechos fortuitos (incluyendo los desastres naturales y las enfermedades que afectan a los hogares). En este caso de Europa se habla del paradigma del “ruido” que causan estos hechos fortuitos y que bien pueden desviar de un curso satisfactorio a muchos hogares.
Es difícil sacar un balance sobre cuál de estos modelos de desarrollo socio-económico (Estados Unidos = “Señales” / Europa = “Ruido”) ha sido más exitoso, pues mucho de ello dependerá del periodo y ciclo que se analice, así como de los sectores en cuestión. Cuando aquí hablamos de “modelo exitoso” lo hacemos en el sentido amplio de la palabra, refiriéndonos a la situación que alcanza el ciudadano promedio en su “calidad de vida” educativa, de bienestar social, de aseguramiento de su futuro y de carrera profesional; seguramente con el apoyo de las ONG.