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La inequidad ha estado “caliente” en los últimos años, tanto en el campo académico como en el mundo real. En el frente académico, causó gran revuelo el trabajo de Piketty (2014) sobre la alta concentración del ingreso y de la riqueza, ya no en el 20% ni en el 5% más rico, sino en el 1% más rico.
Recordemos que Piketty postuló la hipótesis de que, frente a dicha concentración del ingreso, no quedaba alternativa diferente a generar más igualdad a través de esquemas tributarios cuasi-expropiatorios, tales como tasas marginales de 75% sobre la renta de los ricos y también sobre sus herencias. Al observar las cifras, estos esquemas de tributación no parecen tener efectos significativos en la reducción de la brecha de desigualdad.
En contraste con sus planteamientos académicos rigurosos, Piketty ha mostrado una gran ingenuidad sobre el mundo real-práctico e ignorancia sobre otras alternativas más efectivas. Por ejemplo, Frankel (2014) considera que Piketty comete un grave error ignorando la búsqueda de igualdad socioeconómica a través de esquemas de “oportunidades” para mejorar la educación y la salud de los más pobres. Este enfoque de Frankel derrumba la errada idea de que “la mejor forma de redistribuir el ingreso es a través de la progresividad tributaria”. Dicha progresividad tributaria es un elemento clave de las mejores democracias, pero no es ni el único ni el principal, tal como lo demuestra la propia práctica de la Zona Euro.
La experiencia de Frankel, como ex-asesor presidencial de Clinton, le enseñó la importancia de combinar políticas de gasto, por ejemplo, focalizando de mejor manera los subsidios agrícolas (hoy totalmente desfigurados); los programas de “transferencias condicionadas” (como instrumentos para mejorar la educación y la salud); o el desmonte de las cargas parafiscales sobre la nómina, como mecanismos de generación de empleo y mayor crecimiento pro-pobre.
Esta ausencia de análisis pos-tributación y pos-gasto público es una falla analítica protuberante en Piketty. Bastaría con haber analizado las cifras del Congressional Budget Office para darse cuenta de que el Gini antes de impuestos y transferencias vía gasto social de Estados Unidos sí se ha elevado de 0,48 a cerca de 0,60 durante los últimos 40 años. Sin embargo, al computar los progresivos impuestos de renta y las transferencias públicas hacia los más pobres, ese Gini de EE.UU. se ha mantenido relativamente estable alrededor de 0,44 durante dicho período.
Otra importante crítica proviene de Summers (2014), quien señala que Piketty no analiza adecuadamente los efectos de la tecnología y la robotización del trabajo como elementos clave en la explicación de la concentración de los ingresos laborales. De hecho, la idea de que una mejor educación lograría reducir el Gini resulta algo contraintuitiva a la luz de los resultados históricos, donde precisamente lo que ha ocurrido es que “unos pocos ganadores, los mejor educados”, se han continuado llevando una creciente porción de los ingresos. De hecho, estudios más recientes indican que la nuez del problema de la concentración de la riqueza proviene no tanto del 1% más rico, sino del 0,01% más rico.
En Colombia se había querido postular la persistencia del llamado “Impuesto a la Riqueza” como la supuesta posición de avanzada que tenía Colombia en materia de lucha contra la concentración del ingreso. Sin embargo, los resultados factuales nos hablan es de un vergonzoso coeficiente Gini de 0,53 en la actualidad. En la práctica, dicho impuesto a los activos netos se había concentrado erradamente en las firmas (30.000 firmas de un total de 450.000, 7%), las cuales habían venido pagando 0,4% del PIB por año, a través de enfrentar tasas efectivas de tributación en el rango 42%-58%. En hora buena se ha desmontado el impo-riqueza de las firmas, a través de la Ley 1819 de 2016, y se apunta a instituir un impo-renta de 33%, precisamente para generar más inversión y volverlas más competitivas.
En el mundo práctico, se ha generado una revuelta social en contra del “establecimiento” y de los partidos políticos tradicionales (siendo el más notorio el caso “Trump”). La clase media ha estado protestando contra esa gran concentración del ingreso. El problema es que el ascensor social se ha atrancado. Ahora vemos en los estratos más bajos ya no solo a las minorías de latinos y los de raza oscura, sino también al típico anglo-sajón norteamericano que no pudo terminar sus estudios universitarios.
Se había concluido que la educación aceitaba ese ascensor social. No obstante, aun los que han superado el obstáculo del bachillerato inconcluso, ahora ven una cuesta educativa empinada, pues ya no bastan los estudios universitarios del pregrado. Ascender requiere especializaciones, Master’s; aun los Ph.D’s tienen dificultades para cristalizar sus aspiraciones salariales y están teniendo que seguir como cuasi-estudiantes a la altura del sexto año de estudios doctorales y disfrazar su desempleo como “post-docs”. Siempre se ha sabido que “la vida no sería fácil”, pero se tenía la errada idea que ello aplicaba fundamentalmente a los pobres y los “sin ganas”; ahora hasta los que han tenido oportunidades están entrando en la era de la desazón.