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Analistas 22/04/2024

Inteligencia artificial, empleo y productividad

Sergio Clavijo
Prof. de la Universidad de los Andes

Acemoglu y Johnson (A-J), 2023 ‘Power and Progress’, abordan extensos y complejos temas sobre progreso tecnológico (… de los últimos 1,000 años). Su objetivo es desentrañar la forma en que ese progreso se ha instalado en instituciones y su marco legal. Con ello pretenden discernir si los avances en productividad podrían haber logrado un “mejor equilibrio” entre productividad laboral y bienestar social para esa gran masa de trabajadores que, según los autores, continúa siendo “explotada” y con altos riesgos de desplazamiento laboral a manos de la aceleración robótica. Esta gran automatización de procesos, relatan A-J, viene en curso desde la diseminación de computadores (1950-1980), pero se ha venido acelerando gracias a la inteligencia artificial (IA) en la era de postpandemia (2021-2024).

Infortunadamente, el mensaje central de A-J está cargado de “romanticismo económico-laboral” (… elaborando sobre si el capitalismo fuera otro…) y muestran similitudes con DeLong (2022, “Slouching Towards Utopia”). Mientras Delong añora una social democracia consolidando el “Estado de Bienestar” europeo (1945-1975), A-J concluyen que la culpa de tal fracaso la tienen “los manipuladores” de las innovaciones tecnológicas que continúan “explotando” la clase obrera (… sí, ese el lenguaje usado por A-J).

El tono anti-neoliberalismo (obsesionado con hundir la figura de M. Friedman) desdice mucho del profesionalismo que habían mostrado estos historiadores en obras como la equilibrada visión del “Estrecho Corredor” de Acemoglu y Robinson (2022). Ventilar odio académico, desde MIT hacia UChicago, ha terminado por derrotar el propósito académico que se proponían A-J. Se extraña aquí la altura del debate Samuelson (MIT) Vs. Friedman (UChicago), ver Wapshott (2021).

En vez de distraerse con la productividad-marginal-laboral, los análisis de A-J han debido focalizarse en la Productividad Total de los Factores (PTF), la cual determina, conjuntamente con la rentabilidad, hacia qué sectores se mueve la inversión global. El diferencial salarial es tan solo uno de los factores en juego. DeLong hace una mejor tarea al presentar un balance más equilibrado sobre la “destrucción creativa” (a la Schumpeter) durante 1945-1975. En cambio, A-J inclusive ignoran a Schumpeter y también a Marx (en 70 págs. de referencias bibliográficas no citan a Joseph y a Karl una vez y con algo de vergüenza).

A nombre de Joseph y Karl alguien debería entablar una demanda a A-J por “plagio”, pues estos han dedicado un capítulo entero a describir sus teorías y sin mencionarlos: la lucha de clases, la dominancia de quienes ostentan los medios de producción para extraer la plusvalía, en su tránsito feudal hacia el capitalismo Manchesteriano (pág. 99-174). Con esta diatriba de odio entre clases sociales, A-J se distraen de su promisoria hipótesis sobre la existencia de una “clase media” manchesteriana (más empírica que enciclopédica, según A-J), como pivote de la revolución industrial.

Delong tuvo la entereza intelectual de citar ampliamente a Marx (1844) al elaborar sobre los principios de Polanyi, los cuales no distaban mucho de la “enajenación del ser”, señalados soterradamente por A-J. Tanto Delong como A-J ignoraron el crucial papel de Beatrice Webb, quien invocaba (1940-1948) la adopción del salario mínimo y del gasto pro-pobre como pilares del Estado de bienestar, los cuales después implementaría Churchill (a regañadientes), ver Nasar (2011) “Grand Pursuit”. Pero curiosamente, A-J incluyen el salario mínimo como uno de sus elementos para enfrentar la robótica.

Sorprende que estos economistas (supuestamente ya maduros) desconozcan los logros del “Estado de Bienestar”: sustanciales ganancias en salubridad laboral, seguridad social, reducción de pobreza y, en buena medida, gracias a esa “destrucción creativa”, la cual ellos (como nuevos “luditas”) dudan que pueda volver a ocurrir. A-J deberían leer con atención la positiva visión que ahora nos ofrece The Economist (marzo, 2024) sobre sinergias entre AI y el sector salud. Los autores también han debido estudiar los mensajes de Philippon (2019, “The Great Reversal”) sobre las complejidades de una regulación que debe evitar aniquilar la innovación. Solo recientemente A-J parecen reconocer estas deficiencias (“Are we ready…”, Project Syndicate (April 9th 2024), tras negativos balances sobre su deficiente intento (Noah Smith, Book Review in Noahpinion, Feb. 24, 2024).

En los capítulos finales del extenso libro (550 páginas), los autores ofrecen “las fórmulas” para apuntar en esa dirección del “nuevo capitalismo” (… muy a la Piketty, Deaton, Mazzucato); sin embargo, estas carecen de innovación convincente. Allí brillan por su ausencia los requeridos análisis sobre las complejidades del Reg-Tech en el marco de los TLCs que los autores tanto critican, pero que son las fuentes del comercio, inversión y rentabilidad del mundo real. Cayeron en el mismo error de DeLong.

A-J proponen fuerte regulación digital y cambio de mentalidad global para alcanzar ese “mejor equilibrio”, cuyo objetivo (según los autores) debería ser la preservación de los puestos de trabajo. Pero la sensación que dejan es muy poco conocimiento sobre Reg-Tech, en contraste con la mejor discusión hecha por Burfield (2018, “Regulatory Hacking”); o Kissinger et al. (2019 “The Age of AI”). Esto no debe sorprendernos, pues los autores son más historiadores que conocedores del mundo práctico regulatorio-digital.

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