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Analistas 17/06/2024

La guerra comercial: salarios, productividad y bienestar

Sergio Clavijo
Prof. de la Universidad de los Andes
Foto: Gráfico LR

Cuando los países avanzados sienten que están perdiendo competitividad internacional, suelen recurrir a la llamada “guerra comercial”. Esta consiste en recurrir a elevar sus aranceles de importación y adoptar cuotas para frenar el “indeseado ingreso de bienes y servicios del exterior” que amenaza puestos de trabajo en el país desarrollado.

Esta estrategia de guerra comercial suele dar réditos populistas de corto plazo, pero deja serias cicatrices de encarecimiento relativo de los productos importados y aniquila oportunidades de crecimiento en aquellos sectores en que se tiene “ventaja comparativa”. Hacia mediano plazo, esta guerra comercial podría equivocarse al insistir en crecimientos sectoriales que tienen poco futuro precisamente por su decaimiento en productividad.

En ocasiones han sido los propios emergentes quienes fracasan prematuramente en industrias infantiles que nunca maduraron bien, a pesar de los subsidios ¿Remember Coltejer y Fabricato de los años 1980?

Así que la “racionalidad” puramente económica dictaría la búsqueda de sectores más promisorios en esos países desarrollados, al tiempo que se aprovecha la llegada de bienes más baratos de los países emergentes, gracias (principalmente) al diferencial salarial más bajo de estos últimos. Y con los avances tecnológicos a favor de los desarrollados, pues conviene atraer la inversión extranjera directa a los países emergentes y así quedar bien posicionados a nivel global.

La historia de “los momentos de despegue” de los países emergentes indica que ha sido ese diferencial salarial a su favor el que dictamina los flujos de bienes migrando su fabricación de los desarrollados hacia los emergentes, bajo la conocida teoría de “los ciclos del producto” (ver Clavijo, 2024, “Revitalizando…”, Documento Cede-Uniandes). Infortunadamente, Colombia no ha sido uno de los favorecidos por cuenta de políticas salariales que, a diferencia de Asia, nunca sembraron su futuro; ver gráfico adjunto.

Pero este tema comercial es bastante más complicado que el seguimiento de directrices generales, pues cabe preguntarse: ¿Qué hacer con aranceles y prohibiciones cuando se trata de productos subsidiados por países competidores (como China) o aquellos con incidencia en seguridad nacional?

Destacados analistas (Rodrik, Romer, Summers y Furman) han venido aportando al debate. En general, todos aceptan el principio de “ventaja comparativa” de David Ricardo (formulada de manera pionera en 1817), pero (curiosamente) el premio Nobel de Economía Romer lo lleva al extremo de afirmar que por eso (a nivel global) no importa quien produzca los bienes y servicios, pues unos se beneficiaran de obtenerlos más baratos, mientras los países desarrollados buscan sus nuevas fuentes de crecimiento (Bloomberg, “Trade of Ideas…”, Feb. 2024). Furman opina algo similar (PitchFork Econ., May 28th, 2024).

Sin embargo, esta conclusión desconoce la misma razón de la guerra comercial: los países desarrollados no quieren perder su ventaja prematuramente y, por esa razón, adoptan restricciones comerciales, amén de la importancia del “continuum tecnológico” derivado de mantenerse en el mercado exportador. Se menciona que otra opción es que se impongan cuotas a países emergentes para fabricar esos productos, pero en los países desarrollados (el caso de los carros japoneses en los años 1960).

Pero esta opción no anticipó el éxito competitivo de la estrategia de Japón al proceder a diferenciar los mercados de alta gama producidos en Japón vs. los de baja gama que se fabricarían en EE.UU.. Al final, Asia capturó buena parte de la industria automotriz global, pues los desarrollados no pudieron competir salarialmente. Ahora con subsidios hasta de 50% en la fabricación de carros eléctricos en China, los EE.UU. han recurrido a sobre aranceles, pues sabe bien lo que está en juego para el futuro cercano.

El diagnostico de Rodrik resulta provocador al invitar a un “nuevo paradigma económico” que logre integrar desarrollo y bienestar, citando el caso de los TLCs. Pero Rodrik parece ignorar que el éxito de México fue precisamente aprovechar el diferencial salarial, ahora extendido al mundo de los servicios bajo el Usmeca. Y resulta algo descabellado que concluya que el problema ha sido que “los TLCs causan integración global, pero desintegración territorial” al interior de ellos. Obviamente los avances territoriales son desiguales, pero no cabe duda que en México, por ejemplo, el salto exportador de 9% a 22% de su PIB a EE.UU. le ha traído grandes beneficios, incluyendo bajos aranceles, tasa de cambio flotante y gracias a la independencia del Banco Central (que “el provocador” Rodrik dice querer replantear).

Summers ha sido más razonable al postular que si se trata de importación de bienes con subsidios estatales, pues deberían hacerse los cálculos de su incidencia y compensarlos con sobre aranceles (como en automóviles eléctricos). Y, obviamente, los temas se seguridad nacional deben tener tratamiento especial, como en fabricación de microchips (ver Miller, 2023, “Chip-War”). No obstante, el caso de fabricación de acero es muy complejo, pues mientras China tiene sobreoferta y realiza dumping, la adopción de sobre aranceles defensivos bien puede afectar negativamente buena parte de la cadena productiva de los Estados Unidos.

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