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Tras la invasión de Ucrania a manos de Rusia (febrero 2022), el mundo está analizando sus implicaciones geo-políticas. La mas preocupante es la inminencia de una guerra nuclear involucrando a Rusia, China, Irán y Corea del Norte, de una parte, y a Estados Unidos y la Unión Europea (Otan), de otra parte.
El conflicto no se limita a la Crimea del mar Báltico (invadida por Rusia en 2014), sino que toca una potencial invasión de Taiwán a manos de China. Aunque el estrecho entre Shenzhen (China) y Tainan (Taiwán) es importante corredor marítimo, el tras fondo tiene raíces desde que, en 1960, Taiwán optó por el mundo Occidental. Bienvenidos los esfuerzos diplomáticos recientes de Biden por contener tal amenaza.
Relata Miller (2023, “Chip War”) que, en 1959, la naciente industria de transistores se desplazó del Este hacia el Oeste de los Estados Unidos (creándose el “Sylicon Valley” de San Francisco), gracias a la abundante mano de obra (no sindicalizada) y al talento de manos femeninas ágiles.
Si bien la zona Este había liderado la teoría de procesadores, bajo el tutelaje del Pentágono (futuro Darpa), su exitosa fabricación y masificación requería especial maridaje entre “la ingeniería de fabricación” y las cadenas de valor de elevada interdependencia. Particular atención requirió enlazar la teoría óptica con la de transmisión electrónica vía nuevos materiales. Pero cuando ello se afianzó, he aquí que se dispararon los costos de producción en California. Buscaron entonces sus empresarios mano de obra mas barata en el sur “liberado” de China (Hong-Kong) y afianzando alianza estratégica de largo plazo con el refugiado Chiang Kai-shek en la isla de Taiwán.
Al realizar China sus primeras pruebas nucleares, en 1965, Occidente concluyó que esa amenaza debía contrarrestarse a través de aprovechar el amplio y barato mercado laboral de Asia. Se creo entonces el “outsourcing” de micro-procesadores asiático: mientras la hora se paga a dólar en California, esta fluctuaba entre US$0,10 y US$0,15 en Indonesia y Malasia.
Posteriormente seguiría lo que Miller ha denominado (brillantemente) “un Guntenberg-moment” (equivalente a la invención de la imprenta): la separación entre procesos de invención de nuevos micro-chips y su compleja fabricación. Gracias a esto, se ha venido cumpliendo, desde 1972, la denominada Ley de Moore consistente en la duplicación de densidad de procesadores cada dos años. Esto ha requerido sofisticar la aplicabilidad de litografía óptica (ahora con rayos ultravioleta tridimensional), cuyo liderazgo ha estado asociado a Holanda y apoyado desde Alemania y Gran Bretaña.
Pero tras ese afianzamiento de Asia durante 1965-1977, el mundo sufrió un escalamiento en dicha Ley de Moore que solo pocos podrían seguir del año 2010 en adelante. Se requerían inmensas inversiones “experimentales” en desarrollo tecnológico, que ni siquiera Japón pudo acompañar. Esto a pesar de su exitosa expansión en la aplicación de micro-procesadores a todo tipo de aparatos electrónicos. Los triunfadores globales en estos nuevos súper-chips terminaron siendo Taiwán y Corea del Sur.
Mientras las grandes fabricas de Intel se focalizaron en los chips de computadores, la revolución avanzó hacia aplicaciones sofisticadas (como Apple, 1972, y Huawei, 1987). Esta última arrancó como un proyecto nacional de China en antenas de repetición, sin mayores pretensiones tecnológicas.
Para entonces el Pentágono (Darpa) también había abandonado su papel de “promotor de industrias nacientes”, donde ni siquiera su presupuesto podía darse ese lujo experimental. Estados Unidos se había resignado a la idea de que sus aliados estratégicos de Taiwán y Corea del Sur mantendrían su especializada producción de micro-procesadores fuera del alcance de China y de Rusia. En este último caso se tiene evidencia de que andan rezagados en tecnologías teledirigidas (como se ha evidenciado en el conflicto con Ucrania). Pero este no es el caso de China, quien aparentemente solo tiene un rezago de unos cinco a 10 años en desarrollos de este tipo de micro-chips sofisticados.
Datos recientes indican que la fabricación global de micro-procesadores sofisticados (con potencial uso en guerra) está concentrada en un 90% en Taiwán y que allí también se fabrica 41% del total de micro-chips de todo tipo, mientras que Corea del Sur produce 44% de los micro-chips de memoria y 8% global de todo tipo de chips. En cambio, China tan solo produce 15% de todos los micro-chips (generales) y sin capacidad de fabricar los requeridos para una guerra de misiles sofisticada.
Lo anterior implica que, si bien el mundo de los chips de computadores continúa estando abastecido principalmente por las cadenas globales de Intel asociadas a los Estados Unidos, aquellos relevantes para los avances de comunicaciones mas sofisticadas (incluyendo los de “la guerra” y la telefonía celular) dependen de las cadenas que alimentan (desde Holanda, Alemania, Gran Bretaña y Estados Unidos) a Taiwán (en su cadena Tsmc) y a Corea del Sur (Samsung). Esto nos permite entender entonces el apetito bélico de China por Taiwán y la alianza Sino-Rusa por amenazar el liderazgo de Occidente en las cadenas de valor asociadas a los micro-procesadores, que hoy mueven todos los aparatos del mundo.