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En 2005, se cumplió el centenario del nacimiento de Jean-Paul Sartre. Mario Vargas-Llosa aprovechó para escribir entonces un lúcido ensayo sobre el significado de la obra filosófica y la práctica política de Sartre (2023, “Los Compañeritos” en Un Bárbaro en París).
Y ahora, con ocasión de la admisión de Vargas-Llosa a la academia de la lengua francesa en 2023, este retomaría el significado de su llegada a París en 1959. A partir de allí, Mario ubicaría con mejores elementos de juicio a América Latina en el mapa-político-global. En Occidente todo era efervescencia bajo las revueltas estudiantiles de mayo-1968.
Cumpliéndose ahora 55 años de tales eventos, el momento luce apropiado para hacer reflexiones sobre la “praxis-política” y la realidad. La paradoja histórica radica en que quienes cotejaron los principios filosóficos contra la realidad, como Raymond Aron y Jean-François Revel, no verán celebrados sus centenarios; y, entretanto, gobierna en Colombia la negación de la praxis bajo Petro.
Describe Vargas-Llosa con tino analítico las grandes contradicciones y errores de un Sartre que ha sido catalogado (ex - post -facto) como uno de los padres de la “gran confusión contemporánea”, al lado de Marcuse. Su gran llegada filosófica radicó en utilizar el eje de la libertad. Y su gran salto político radicó en “el compromiso”, pero donde nunca logró reconocer los regímenes totalitarios que se fueron instaurando en la Rusia de Lenin-Stalin y en la China de Mao. Este enceguecimiento político de Sartre resultaba sorprendente, pues él había viajado y allí encontró el Gulag Soviético y la reeducación forzada bajo la revolución cultural (… ambas repitiéndose 70 años después). Sartre concluyó entonces que se trataban de temas menores frente a la deshumanización capitalista burguesa.
A pesar de impulsar Sartre, en paralelo, la causa libertaria de la independencia de Argelia, siempre se inclinó a favor del Partido Comunista (PC). Su admiración por la social-democracia de Escandinavia le hacía pensar que los líderes del PC tenían ese modelo como su objetivo final. Pero el PC mantuvo su totalitarismo firme a lo largo de 1960-1980, y con muy negativos ecos sobre la democracia en Angola, Cuba y Chile; y posteriormente en Nicaragua y Venezuela.
El propio Sartre resumía bien su profunda encrucijada al concluir que: “la colaboración con el PC es a la vez necesaria, pero imposible”, dado su dogmatismo anti-libertario. Paradójicamente, su filosofía lo liberó de “la mala fe católica”, pero cayó bajo el “fantasma de Stalin”.
Su obsesión por la praxis lo llevó a renegar de sus escritos existencialistas tempranos, como “La Náusea”, pues decía: ¿De qué sirve la literatura frente al drama de un niño muriéndose de hambre? Solo tardíamente vino a firmar, con Simone de Beauvoir, la petición de libertad en Cuba para el “caso Padilla”. Fue precisamente Simone quien sepultaría, según Vargas-Llosa, el existencialismo francés de Sartre, a través de su profunda obra “Los Mandarines”. Allí Simone desnudó el rompimiento entre Sartre y Camus, al tiempo que este último había culminado su ciclo literario con “El Extranjero” y la “Peste” (… los cuales, confieso, yo nunca comprendí). Simone también hizo eco del principio del “compromiso” de Sartre, pero dándole un elegante giro hacia cómo el mundo burgués, supuestamente, conducía a la infelicidad profunda.
Destaca Vargas-Llosa a Camus como alguien más ponderado y consistente entre su filosofía de vida y su “praxis” verdaderamente libertaria. El debate abierto de Camus reclamándole a Sartre el comportamiento anti-libertario del PC con sus campos de concentración llevó a este último a tildar a “todo anticomunista de perro” (incluyendo a Aron).
Aron, por el contrario, apoyó verdaderamente la causa francesa, durante la segunda guerra mundial, al unirse a De Gaulle en Londres e impulsar las bases de la Otan para contener la amenaza soviética (ver H. Kissinger, 2023 “Lidership”).
Pero los inmediatismos de los medios concluían que el glamour de Sartre superaba la vía práctica de Aron: “preferible equivocarse con Sartre, que llegar a tener la razón con Aron (… ¿el aburrido?)”. Actualmente se duda que Sartre realmente se uniera a la resistencia francesa, ante la invasión de Alemania, pues los hechos dicen que Sartre logró publicar y producir sus obras en París, aun bajo la ocupación Nazi.
En cambio, la historia ha tendido a reivindicar a Aron a través de su discípulo Revel (1924-2006), siendo este de la escuela de George Orwell al advertir que, como en su obra “1984”, el totalitarismo chino-soviético era una profunda amenaza para la democracia y el capitalismo libertario. Argumentaba Revel (1970, “Ni Marx ni Jesús”) que la imposibilidad del objetivo de Estado comunista radicaba en estar cercenando la libertad y la crítica; de allí la imposibilidad de alcanzar “la etapa superior” del socialismo postulado por Marx.
Si bien la hegemonía comunista no llegó a concretarse, la obra de Revel continúa teniendo relevancia a instancias de los delicados ataques rusos de 2014 y 2023 a Ucrania. A la fecha, el poderío económico y libertario de Occidente, tal como lo postularon Aron, Revel y Popper, nos han salvado del fundamentalismo del PC; han ganado tras la caída del muro de Berlín “las sociedades abiertas”, pero las amenazas están allí. La praxis basada en los hechos está a la orden del día..., así Petro no la entienda.