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Durante 1991-2007, se pensó que el modelo socialista había sido derrotado. En realidad, este venía a ser el segundo triunfo del sistema democrático-capitalista occidental sobre los sistemas socialistas, si se tiene en cuenta que, desde 1979, tanto China como Vietnam habían virado hacia economías de mercado, aunque todavía “teledirigidas” por las castas de sus partidos comunistas. A pesar del acelerado desarrollo de China, hoy equiparando el valor de su PIB-real al de los Estados Unidos, una casta de 3.000 dirigentes del partido comunista gobierna a cerca de 1.400 millones de habitantes en China; y, bueno, la verdad es que la democracia continúa siendo un bien escaso en Asia.
Pero, oh sorpresa, tras esos 15 años de consolidación capitalista global (1991-2007), ahora asistimos en Occidente a una “crisis del establecimiento democrático”. Se afirma que el Brexit y la llegada del sorpresivo gobierno de Trump también ha obedecido a los efectos de la Gran Recesión (2008-2013).
¿Cómo es posible que esté reviviendo el milenario y fracasado socialismo, impulsado ahora por jóvenes nacidos en el nuevo milenio (siglo XXI)? Se ha postulado que este movimiento de autodenominados socialistas a nivel global defiende, fundamentalmente, tres banderas: i) lucha contra la evidente desigualdad en ingresos y en tenencia de los activos; ii) búsqueda de fuentes de trabajo más estables y “menos alienantes” (para usar la jerga del Karl Marx); y iii) mejor preservación del frágil medio ambiente, ver The Economist, “Millennial Socialism”, febrero 16 de 2019.
Para los que alguna vez “también tuvimos 20 años”, esa agenda no luce tan novedosa y replica muchos de los clamores del Movimiento de Mayo de 1968. Tal vez la novedad radica en la agudización de esos problemas, aunque es necesario puntualizar sobre cada uno de ellos. ¿Será que sí se ha agravado la concentración de la riqueza y que los ingresos, netos de la intervención estatal, también se han concentrado? Sobre la concentración de la riqueza no cabe duda, estimándose que el 10% más rico hoy gana más de 22 veces el ingreso del 10% más pobre, incrementando su tajada respecto de lo que se observaba tres décadas atrás.
Pero, si bien existe más concentración de la propiedad y de los ingresos, también es cierto que el Estado hace mejor su papel de progresividad. En Francia, por ejemplo, se tiene que la combinación de progresividad tributaria y mejor focalización de los subsidios ha permitido que la brecha del ingreso del 10% más rico vs. el 10% más pobre se reduzca desde las 22 veces antes de impuestos y subsidios hasta las 6 veces después de impuestos y subsidios. En este frente de progresividad, Francia supera inclusive a Suecia, logrando reducir el coeficiente Gini del 0,52 antes de impuestos y subsidios al 0,29 después de impuestos y subsidios (siendo solo superado por el Gini del 0,28 de la mencionada Suecia).
Pero lo interesante es que, aún en el caso de los Estados Unidos, se tiene que el Gini se reduce de su alto nivel del 0,60 hacia un 0,48, al tener en cuenta la progresividad tributaria. Más aún, al añadírsele la focalización de los subsidios públicos, se obtiene que ese Gini de los Estados Unidos termina reduciéndose hasta el 0,42. Los millennials aducirían que el problema es que este último valor de Gini-efectivo del 0,42 (pos-intervención del Estado) se ha incrementado desde los niveles del 0,35 observados hace cuatro décadas. La respuesta histórica es que dicho deterioro es, en realidad, de menor cuantía al que se argumenta, una vez se tienen en cuenta las acciones del Estado, pues existe una gran diferencia entre 0,60 (antes de intervenciones estatales) y 0,43 (tras dichas intervenciones).
En Gran Bretaña, el correctivo resultante de la acción estatal es aún más marcado, pues reduce el Gini del 0,48 al 0,32. Este último valor, sin embargo, también supera levemente al 0,28 que se tenía a finales de los años setenta. El punto de fondo es que las propuestas correctivas (tasas impositivas marginales del +75%) que se vienen ventilando vía Piketty en Francia o ahora vía Warren-Sanders-Ocasio desde los Estados Unidos no solucionan el problema y, por el contrario, sí podrían tener un efecto muy negativo sobre la actividad económica y las mismas fuentes de empleo. Como lo hemos argumentado en el pasado, las acciones del Estado en cuanto a mejor focalización de los subsidios por el lado del gasto, cumplen una labor fundamental a la hora de corregir la desigualdad.
En el caso del empleo, se tiene la paradoja de que estas protestas ocurren en momentos en que los Estados Unidos goza de un “recalentamiento” de su mercado laboral, con tasas de desempleo tan bajas como un 4%. A pesar de la amenaza disruptiva de la tecnología, vía Faangs, hasta la fecha se ha logrado mantener la misma calidad en materia de contratos formales en el mercado laboral de los Estados Unidos.
Por último, en el frente del medio ambiente, hoy es evidente el deterioro causado por la dominancia de combustibles fósiles, sin que aún se tenga clara la forma de acelerar la introducción de alternativas menos contaminantes. La mayor conciencia de los millennials en este frente ambiental es saludable para la democracia, y para que sus gobernantes tomen acciones más decididas al respecto. Lo paradójico es que al elegir a candidatos anti-establecimiento, tipo Trump, los millennials agravan la situación, tanto en el frente ambiental como en materia de regresividad económica.
Confiemos en que los jóvenes de Colombia tengan la habilidad de mantenerse bien informados, para no repetir en nuestro país los desastres de la Venezuela-socialista, a su vez resultante de la Cuba-socialista; la peor experiencia a la cual podría verse abocado un millennial-socialista desinformado.