MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
El 1 de enero de 1994, se activó el Tratado de Libre Comercio (TLC) Nafta, tras cinco años de negociaciones entre Bush (Estados Unidos), Mulroney (Canadá) y Salinas de Gortari (México). Pero ese mismo día estalló la revuelta indígena Zapatista en Chiapas-México. Su líder Marcos denunció oposición a dicho TLC alegando explotación del “imperialismo yanqui”.
Esa revuelta ocasionó traumatismos políticos al candidato presidencial Colosio, quien punteaba como sucesor de Salinas, tras el acostumbrado “dedazo” del PRI. El otro candidato del PRI, Camacho Solís, aprovechó (con apoyo de Salinas) para fungir de componedor ante los Zapatistas. Esto debilitó al confundido Colosio, a pesar de la solidez político-tecnocrática que le infundía su jefe de campaña Ernesto Zedillo. Esta compleja situación se “resolvió” con el asesinato de Colosio en marzo de 1994, ocasionando la sorpresiva llegada a la Presidencia de Zedillo (1994-2000), quien lograría excelente aprovechamiento del Nafta.
La similitud política con Colombia es asombrosa; Gaviria también llegaría a la Presidencia (1990-1994) como resultado del asesinato de Galán (en 1989). Sin embargo, Gaviria no heredaba ese potencial del Nafta. Su equipo tecnocrático tuvo que construir sobre lo realizado por Barco (1986-1990).
El impulso al G-3 resultaría fundamental para intentar abrir nuestra economía, tras el fracaso de la CAN. Fue políticamente laborioso convencer al samperismo de la urgencia de abolir las “rentas locales capturadas”, especialmente por el sector agro-industrial.
Bajo Uribe II (2006-2010) se lograría negociar el TLC con Estados Unidos, a pesar de dicha oposición agro-industrial. El referente de Perú, y anteriormente de Chile, dejó claro que sería difícil modernizar estos sectores. Colombia no solo llegaba una década tarde a la palestra de TLCs con Estados Unidos, sino que tomó otros cinco años tenerlo operativo bajo Santos I (2010-2014).
A pesar de la oposición Zapatista y, en general, de las ideologías izquierdistas, el Nafta fue un gran triunfo socio-económico para México a lo largo de sus primeros 25 años (1994-2018). Ello le permitió a México ganar en diversificación y propulsar su bienestar al disparar sus exportaciones hacia Estados Unidos y Canadá. El gráfico adjunto ilustra cómo esas exportaciones más que se duplicaron al pasar de 9% a 20% del PIB de México durante los primeros siete años del Nafta. Además, las exportaciones de no-commodities alcanzarían casi el 50% de su canasta.
El teorema Stolper-Samuelson postula que si el trabajo no-capacitado es el factor escaso en la producción del mundo desarrollado, entonces esos trabajadores serán perdedores al comerciar con producciones del mundo emergente donde el trabajo no-capacitado es el factor abundante. Esto explica por qué los trabajadores no-capacitados de México fueron los grandes ganadores de las cadenas de “maquila” del sector automotriz habilitadas por el Nafta.
Clinton temía que dicho beneficio sería más que proporcional para México y de allí su impulso a otros sectores de tecnologías digitales y del sector servicios. Y, en buena medida lo lograrían, pero los distritos tradicionales del “rust-belt” Norteamericano sufrieron bastante en sus tradicionales industrias de automotores y en la cadena de insumos que la apoyaba (acero, etc.).
El triunfo de México fue tal que Trump montó su campaña presidencial postulando a “América Grande Nuevamente”. Esto lo llevaría a renegociar el Nafta, durante 2016-2019, naciendo el TLC-Usmeca que pondría salarios mínimos en las industrias que buscaran exportar hacia los Estados Unidos-Canadá. Mientras la industria automotriz de los Estados Unidos pagaba US$85/hora, México triunfaba con maquilas pagando US$15/hora y el Usmeca ahora entraba a reforzar los ingresos laborales de la industria de México.
Adicionalmente, es sabido que la principal amenaza exportadora a los Estados Unidos ahora proviene de Corea del Sur y China. Es decir, se vuelve a repetir el indefectible “ciclo-producto” a la Vernon, donde es claro que los TLCs, a pesar de la retórica Zapatista, siguen representando un gran potencial de desarrollo y bienestar para los países emergentes.
Infortunadamente, Colombia luce como una frustrante excepción, pues hemos mantenido elevados costos laborales y sin impulsar la educación-productiva. Aquí en vez de ensancharse las maquilas, estas tienden a desaparecer y mantenemos estancada, ya por décadas, nuestra productividad multifactorial a 22% de la obtenida en los Estados Unidos.
El gráfico adjunto ilustra cómo, al momento de entrar en operación nuestro TLC (2012), el DNP proyectó que las exportaciones totales hacia los Estados Unidos supuestamente se dispararían de 6% hacia 10% de nuestro PIB en el curso de los siguientes cinco años.
Lamentablemente, estas han mostrado una preocupante caída de 6% hacia 3% de nuestro PIB tras ocho años de operación. Y las exportaciones “no-tradicionales” a los Estados Unidos nunca despegaron de 1,2% del PIB y continúan representando solo 30% del total. Tampoco hemos sabido aprovechar el TLC con Europa. De allí que la relación Total Exportaciones/PIB de Colombia haya descendido de 16% a 14% en la última década.
Lecciones para Colombia: Oh Gloria inmarcesible...; y para México: Qué vivan sus TLCs Carajo¡¡¡