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Analistas 30/11/2024

Bendita incomodidad

Sergio Molina
PhD Filosofía UPB

“¡Aquí más bueno que un perro!”, decía frecuentemente Don Gonzalo Cañaveral, hombre dicharachero de 102 años de Montebello, Antioquia, y padre de un gran amigo; entrecruzando plácidamente las piernas de un solo impulso en el patio de su casa, al mismo tiempo que se dejaba dorar por el sol matutino. El sabio patriarca saboreaba la tranquilidad y comodidad de su momento. Qué bonita metáfora, un perro tendido en un patio o corredor, disfrutando el sol, representando la inmutabilidad tan escasa en la vida contemporánea.

Lo bueno y bello de las cosas incluye algo tan superficial aparentemente como es la comodidad. En forma de automóvil que se ofrece como versátil, seguro y cómodo, sillas de avión que eran cómodas, el acceso a servicios electrónicos con plataformas cómodas y amables y las vías de acceso al apartamento soñado, ojalá amplias, traduciendo acertadamente: comodidad a la hora de desplazarse.

El inglés David Hume (1711-1776), concebía la comodidad como una forma más de belleza que gratificaba los sentidos y además incrementaba la felicidad humana.

El asunto de la comodidad como factor diferenciador en el mercadeo, no es una expectativa cualquiera, el usuario o consumidor reta al oferente en cuanto a que lo gratifique con lo ofertado y con las bondades que propone. Entonces, productor y comercializador, no vacilan en velar por la duración, la belleza y lo cómodo. No todos los bienes o servicios, son como los zapatos que regularmente por el uso, horman mejor al pie y que, pese al desgaste y al borde de la obsolescencia, son más livianos y moldeados a las falanges y al juanete, metamorfosis de zapato a guante y como lo diría Don Gonzalo, “¡que verraquitos más cómodos!”.

Buscando algo que sustituya lo que se hacía grato y dejo de serlo, intentamos, además, que el reemplazo sea útil, práctico y cómodo. La comodidad es un estado preciado y apetecible, lo incomodo invita a ser conjurado de inmediato, como instinto de supervivencia, soportar no es un verbo meritorio. Leí un texto anónimo: “Bendita incomodidad que nos hace mover de donde ya no pertenecemos”. Frase que refiere a la importancia de aceptar la incomodidad como señal positiva, inequívoca y urgente de evolucionar en el relacionamiento o el uso de un espacio o producto.

Se sorprenderían ustedes del fino arte de muchos para elegir almohada, pantuflas o una silla, con criterios de suavidad y cobijo, que menguan la realidad. Cuando invocamos la necesidad de lo cómodo, las personas no necesariamente actuamos como perezosos, flojos o frívolos, mucho menos con el moderno concepto de generación de cristal, obedecemos fielmente a una de las características irrenunciables del consumidor, “lo vital que genere bienestar”.

Immanuel Kant (1724-1804), enfocaba la comodidad en dos importantes elementos: el descanso y el goce. Como también diría Don Gonzalo, “el que no descansa, cansa”. Ante lo incomodo, intentemos la eventualidad de lo “cómodo no culposo”, privilegiando el disfrute. Si te talla, revisa y aflójalo, muévelo o muévete, no puede haber comodidad sospechosa.

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