MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
Las plácidas vacaciones de un bañista de clase media con ínfulas de magnate, se interrumpen por el paso de un habilidoso vendedor de gafas y sombreros, que ofrece deslumbrantes espejuelos tipo Hollywood y que, según él, le harían justicia al -en apariencia-, desganado turista. Venciendo poses, se enfrascan en un pulso por el precio, entre el desinterés de uno y la avidez del otro. Finalmente, acuerdan una cifra y mentalmente, cada uno concluye que ganó, uno de ellos se sigue bronceando con la sensación de haber obtenido un magnífico producto a un buen precio, mientras el otro se pierde en el horizonte con su propia sensación de triunfo, uno se complace por haber rebajado tres partes del precio inicial y el otro se ufana de vender ganando el triple, par de impostores.
Feo modo de negociación ese de encarecer y menospreciar, propio de culturas que se precian de ser “buenos” negociantes por naturaleza. Le atribuyen a Napoleón Bonaparte la siguiente conclusión: “En los negocios prácticos de la vida, no es la fe la que salva, sino la desconfianza.” Una puja premeditada entre “vivos y bobos”, antes que un acuerdo por intercambiar, fue una demostración de artilugios para que cada cual se saliera con la suya.
La determinación de los precios de venta en los negocios de calle, se fundamenta en los costos, la intermediación y la ventaja, el oferente encarece para tener maniobra y el comprador “pordebajea” las características del producto o servicio para tener maniobra. Formales e informales, los negociantes, acuden a promesas como: “hágalo barato que se vienen más cosas”, dejando en suspenso al vendedor que da una degustación sin retorno, creyendo que fidelizaba un escenario que no llega.
Otro pacto incumplido, es el de, “rebaja el precio para que te des a conocer”, asumiendo pérdidas para inciertamente foguearse en el mercado. Una “maña de plaza” es la de que te comparen con la competencia: “hay quién me vende a mejor precio”, tu voz interior, reacciona preguntando: “¿lo vas a dejar ir?”. Un recurso detestable, esta vez en el oferente, es el de poner en duda la solvencia económica de quien intenta comprar: “¿usted si tiene dinero para adquirir esto?”, ante el reto, muchos compradores fuerzan su capacidad adquisitiva.
Tenía razón Thomas Fuller (1710-1790): “la audacia en los negocios es lo primero, lo segundo y lo tercero.” Negociadores o negociantes deben cuestionarse: ¿a costo de que, obtenemos buenos precios?, ¿tranzaron o se timaron?, ¿no hay vergüenza posterior a haber engañado? El buen precio, si fue injusto, es una presea perecedera. Ufanarse de ser hábil en los negocios no significa liquidar a la competencia, ni al proveedor. La malicia, no es mérito. Admirar a alguien que tima y decir que “es bueno regateando”, no debe ser un concepto estimulante para nadie. A veces, las dinámicas de la vida, se resumen en pujas por orgullo, vanidad y jactancia en el que logre más, olvidando que ambos respiran el mismo aire, son semejantes, casi iguales.