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Las cifras son tozudas, la barbarie de estas dos semanas en nuestro país ha acrecentado las necesidades reclamadas. De otra parte, para salir de esta nefasta coyuntura es menester escuchar a los jóvenes y retornarlos a la senda de la esperanza.
Durante el paro nacional, las pérdidas humanas superan más de dos muertos diarios derivados del vandalismo y los enfrentamientos entre manifestantes y la fuerza pública, incluso tantos más desaparecidos; y de forma simultánea, la pandemia nos arroja que cerca de 500 compatriotas diariamente fallecen por covid y que la crisis sanitaria se acentuó por los paros y su desabastecimiento. El crecimiento de los contagios en Bogotá es crítico.
El derecho a la vida es superior al derecho a la protesta. La integridad de las personas está desprotegida en actos delincuenciales, en el vandalismo, y a su turno por el crecimiento de contagios del covid en las protestas, aunado a que sus bloqueos han generado escasez de medicamentos, de oxígeno y deterioro en la movilidad. La pandemia nos tiene en jaque y el paro nacional ha afectado la eficacia de su control.
Desde el punto de vista económico, el centenar de bloqueos viales en el país, liderados por convocantes al paro, y en algunos casos por delincuentes, ha generado además de incertidumbre, pérdidas por más de $6 billones durante el paro; $1,7 billones para el agro y $1,5 billones para el comercio. No obstante, lo peor es la pérdida de empleo, siendo la población vulnerable la más afectada.
El costo para las ciudades por la destrucción de los bienes públicos es mayúsculo, lo que desmejora la calidad de vida de todos y aumenta la necesidad de recursos para corregir los desmanes. Las protestas por la reforma tributaria, con los acontecimientos de devastación a instancias del paro, aumentaron la necesidad de la misma o la búsqueda de más recursos públicos. El costo de obstruir vías y el suministro de bienes, sin tributaria, ha disparado el precio de los alimentos.
Ahora bien, el compromiso de los empresarios formales, según su propuesta de apoyo para paliar la situación, sin afectar la clase media ni los apoyos sociales, es un camino fiscal viable. Otro signo de esperanza es el avance en los diálogos del gobierno con los diferentes actores sociales, clave incluir a los jóvenes. El diálogo comienza por escuchar. La gracia es llegar a acuerdos que sean fiscalmente viables y sostenibles.
No se puede perder de vista que más de 80% de los jóvenes han estado de acuerdo con el paro. Hay que involucrarlos en la solución y superar su pesimismo. Colombia junto con España, Italia y Chile, cuentan con la tasa más alta de desempleo entre los jóvenes. Por esto, otro signo de esperanza es que el gobierno está atendiendo requerimientos en educación y empleabilidad. Debe convertirse en política de Estado la gratuidad de la educación superior, técnica y tecnológica para estratos 1, 2 y 3.
Para finalizar, el Papa Francisco, peregrino de paz y de esperanza, en su visita a Colombia en 2017, de forma premonitoria, animó a nuestros jóvenes a que, “las dificultades no los opriman, la violencia no los derrumbe y el mal no los venza”. Hay que construir futuro con los jóvenes.