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Analistas 13/09/2013

Colombia o la psicología de los segundones

Analista LR
La República Más
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Cuando yo era niño, las mañanas de domingo se pasaban alrededor de Animalandia, un programa feliz que iba en blanco y negro y de 9 a 11. Uno de los infaltables allí era el payaso “Bebé”, un gordito muy gracioso. Una mañana de esas, Pacheco, el animador, presentó a “‘Chuchín’, el mejor payaso del mundo”, que venía de México. ‘Chuchín’ era un tipo que cantaba rancheras maquillado de clown, que no hacía chistes ni cometía torpezas, pero siempre que lo anunciaban repetían aquello de ser “el mejor payaso del mundo”, así, por derecha, sin que nadie avalara ese título. Lo que llamó mi atención fue que en el resto del programa hubo otros números de “Bebé”, esos sí para matarse de risa, y que Pacheco lo empezó a llamar “el segundo mejor payaso del mundo”.
Yo tendría nueve años, pero desde entonces me quedó sembrada una idea que aún hoy me sigue desconcertando, amargando un poco, dejando perplejo: Colombia es un país de segundos lugares, de terceros, de cuartos. Es un país muerto de miedo de ser el primero. Esta semana lo corroboré al escuchar hasta la saciedad que necesitábamos apenas un punto para clasificar al Mundial, y ver en las redes los pedidos a Pékerman de no arriesgar demasiado: “aseguremos el puntico”. A la postre nos quedamos con nada, y si bien es un hecho que iremos a Brasil (tenemos 26 puntos; faltan dos partidos, uno aquí, otro con un eliminado; los rivales directos juegan entre sí, etc.), vamos a ir a hacer “un papel decoroso”. No vamos a ir a ganarlo. Es claro que para Argentina en esta eliminatoria el objetivo, además del mundial, es quedar de primero en la tabla. Lo demás es fracaso.
En cambio, esta tendencia nuestra a la conformidad con el segundo puesto, o con el tercero o el cuarto, rompe a veces con lo verosímil, con el orden lógico y llega inclusive a atentar contra la ley de probabilidad. Sucedió en los ochenta, cuando América de Cali llegó tres años seguidos a la final de la Libertadores y siempre perdió. Pero fue más doloroso porque la primera vez resignó la copa con un recién llegado, el Argentinos Juniors; la segunda, con un River que nunca la había conseguido, y la tercera, en un partido extra contra Peñarol, en Santiago, donde jugamos 120 minutos para el 0 - 0, con lo cual la copa se venía a Cali, y en el minuto 120 (tal cual) un gol de Diego Aguirre se la llevó para Montevideo.
Hasta los muy pueriles y cursis reinados de belleza parecen recordarnos esa vocación de segundones: en 1992, 1993 y 1994, tres colombianas quedaron en el segundo puesto en Miss Universo. Hasta por simple probabilística, alguna debió haber ganado. Pero el país celebró jubiloso los tres “virreinatos”.
Hablando de virreinatos, hace unos años un amigo mexicano me recordaba que su país había nacido con una enorme convicción en sí mismos, con un sentido de creerse fuertes y ser superiores, porque aun en su origen ya eran el virreinato de la “Nueva España”. No tuvo que decírmelo, pero era evidente que nosotros nacimos como el simple virreinato de “Nueva Granada”.
Sí, yo creo que en alguna medida esa psicología de los segundones, del miedo al triunfo, viene de una nacionalidad muy endeble; de un acomplejamiento por ser colombianos que se manifiesta de muchas maneras, desde nuestra actitud temerosa y anticipadamente culpable en las filas de migración en casi todas partes del mundo, hasta una perniciosa sospecha de que podemos ser intrínsecamente malos, deshonestos, torcidos. Hasta hacemos chistes con eso. Cuando un extranjero fallece en Colombia por violencia, así sea un gringo o un europeo al que se le fue la mano con los psicotrópicos (como el sonado caso de Giacomo Turra), la culpa la tenemos nosotros. Pero si un colombiano muere por violencia afuera, de antemano la culpa también es nuestra porque debió ser una prostituta, una mula, un  jíbaro o algún gangstercito. Ayer RCN TV titulaba sobre la “Vergüenza internacional” por el robo en ElDorado a unos periodistas ingleses. Somos un país acomplejado, que se comió el peligroso cuento de su propia ignominia y de un destino manifiesto de que ser segundos, terceros o cuartos es muy meritorio.
Mucho de responsabilidad tienen nuestros dirigentes en este sentido tan débil de ser colombiano. Y va desde el extremismo de Laureano Gómez defendiendo en el Congreso en los años cuarenta su tesis sobre nuestra inferioridad genética como pueblo, hasta cosas intangibles como unas élites (mirando toda esa geografía caliente desde Bogotá) que siempre sintieron un poco de asco por las manifestaciones de lo popular. También, un aparato de justicia que solo logró persuadir criminales con el ‘coco’ de la extradición y una política exterior que nunca fue agresiva para defender al país y mucho menos al colombiano común, al que es doblemente requisado en los aeropuertos, o deportado sin explicaciones, o acosado por la Guardia Civil de Venezuela.
Bueno, iremos a Brasil, a menos de que logremos derrotar otra vez la ley de probabilidades.

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