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Las derechas latinoamericanas se ríen y se frotan las manos ante el inminente naufragio en el que se hunde Venezuela tras 15 años de un experimento de izquierda que resultó no solamente fallido, sino cómico y terriblemente trágico.
Empecemos por lo cómico. Independiente de cuán corruptos e ineptos pueden ser los mandatarios del subcontinente, unos más, otros menos, es indudable que la mayoría consigue mantener un cierto margen de credibilidad, de respeto, de categoría como jefes de Estado. Lo de Venezuela, en cambio, ya raya en el ridículo y seguramente algún día, cuando estas sociedades sean más evolucionadas y cultas (algún día tendrá que ser), costará trabajo creer que un país fue manejado por personajes como Hugo Chávez o aún más como Nicolás Maduro. Entonces, sus excesos de poder, sus decisiones megalómanas y sus actitudes delirantes, aun para un trópico delirante, darán para hacer novelas de dictadores en un nuevo boom latinoamericano.
La magnitud de la aventura en que se metieron algunos de estos países se evaluará en un futuro, y tal vez se tome como una broma o como una mentira malintencionada de los historiadores, por episodios como el de la semana pasada cuando en el discurso de Memoria y cuenta, y ante la enorme expectativa del país por los anuncios para frenar el gravísimo déficit por la caída del petróleo, la propuesta de Maduro se redujo a dos palabras: “Dios proveerá”.
Ese día quedó más que demostrado en manos de quién está el destino de 30 millones de seres humanos, de la quinta economía latinoamericana y de la reserva probada de crudo más grande del mundo. El hecho fue mucho más allá de la anécdota a la que ya nos tenía acostumbrados con sus “millones y millonas”, con los “autosuicidios” y los “plesbicitos”, luego de esa etapa en la que le dio por las alucinaciones místicas de ver la cara del difunto Chávez en una roca que excavaban mineros, o escucharlo hablar a través de pajaritos, o apostar que el comandante influyó en la elección del nuevo Papa en Roma, o parafrasear el Padrenuestro cristiano con un “Chávez nuestro que estás en los cielos” y defender su posible entrada al santoral católico.
Y la derecha latinoamericana se ríe de este sainete, pero más que pintoresca la cosa es bastante pérfida porque da argumentos (y qué argumentos) para que siga rigiendo este modelo de repúblicas aristocráticas, en el sentido platónico de un gobierno en manos de “los mejores”, o sea de las élites cultas por sus estudios y conocimientos. En una región tan excluyente como nuestra América, sin duda el estudio en sus más altos niveles es casi un monopolio de las oligarquías, y “los mejores” son los que van a MIT o a Harvard. Y es difícil controvertir esa realidad por perversa cuando el otro modelo propuesto es que un país lo maneje casi un analfabeta como Nicolás Maduro.
Pero además las derechas se frotan las manos cuando ven que tras 15 años de socialismo del siglo XXI, el país es un intento fallido que importa el 72% de los bienes que consume, la tasa de cambio está cinco veces inflada por encima del valor real del bolívar, hay un desabastecimiento del 70% en medicamentos y del 60% en productos básicos, y la inflación es casi quince veces la del promedio de sus países vecinos. Según un informe de la Cepal, justo por esa hiperinflación, la pobreza subió en Venezuela un 6,7% de 2012 a 2013. ¡Qué ironía! El país vecino es un desastre que se cae a pedazos, con una impresionante destrucción de riqueza y un despilfarro cuya magnitud quizá nunca conozcamos en su real dimensión, sobre todo por las andanzas de un proyecto mesiánico que alguna vez se soñó continental y convirtió a Pdvsa en una caja menor.
Y también hay un componente trágico grande, porque además de la debacle económica hay un cataclismo institucional que desmontó cualquier concepto de separación de poderes y de estado de derecho, y así en estos años hemos visto decisiones insólitas de los tribunales, de la asamblea, del poder electoral, según lo que se ordene desde Miraflores, y los congresistas, los militares, todo funcionario aplaude, agacha cabeza y se ríe de los chistes y las ocurrencias geniales de su Presidente. Y la prensa, silenciada, o cerrada, o comprada, y la oposición en la cárcel.
Anteayer el Congreso autorizó por primera vez el uso de armas letales para controlar protestas, o sea armas de fuego de impacto para combatir cualquier manifestación. ¿Qué indicador podría ser más claro de que el régimen de Maduro no se va a dejar sacar por las buenas ni permitirá transiciones institucionales?
Y la derecha neoliberal del continente muerta de risa y frotándose manos al ver cómo el experimento fracasado de Chávez les dio la razón de que siguen siendo la opción menos peor.