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Analistas 06/12/2013

Resultamos los más brutos del salón

Analista LR
La República Más
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“Profesor, usted me puso 3,5 en la nota final y yo necesitaba 4”. Se trata de una frase que he escuchado decenas de veces al terminar semestre, y que me traslada de inmediato a una tienda de zapatos: “no me sirve la talla 40, por favor déme un 41”.

He sido profesor durante dos décadas en varias universidades y a menudo me sorprende la inteligencia de mis estudiantes, la creatividad, el talento, pero también a menudo quedo perplejo ante el escaso bagaje, la poca curiosidad intelectual, las grandes dificultades para solucionar lo sencillo, lo que se resuelve con lógica, y también los problemas para ver el todo, para pensar en procesos.

He escuchado cosas entonces como: “era un conflicto, o una guerra por allá en los años cuarenta, en la que hubo unos bombardeos; pero no recuerdo dónde era”, y me estaban hablando de la segunda guerra mundial y la explosión de la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki. En pruebas escritas he llegado a leer sobre la frontera entre Paraguay y España, o que en el palacio de los papas en Avignon gobernaron pontífices hace tres mil años, o que la halterofilia es una enfermedad derivada de la hemofilia.

No es divertido, aunque ellos mismos hacen escarnio y chacota cuando se detectan estos errores ajenos. Y digo que no es divertido porque estas situaciones esconden un asunto muy grave: la educación primaria y secundaria está entregándoles a las universidades muchachos con deficiencias serias no tanto de conocimiento como de pensamiento. A Manolito (el amigo poco inteligente de Mafalda) lo pusieron a estudiar los ríos del mundo, y la pregunta que él se hacía mientras los repasaba rumbo a la escuela era: ¿de qué me va a servir en el futuro saber que “el Everest es navegable?”

Manolito tenía algo de razón: el punto no es recitar de memoria las capitales de Europa, ni las obras de Shakespeare o saber en cuántos grupos se subdividen los mamíferos; el punto es que los colegios no están cumpliendo su papel de enseñar a pensar, ni de imbuir, fomentar, valorar la adquisición de conocimiento, la sed de aprender, la curiosidad por entender los fenómenos como competencias básicas para el mundo adulto, para un mundo cada vez más despiadado, con su lógica del resumen y su ética de los resultados.

“No la monte, profe”, me podrán decir algunos de mis estudiantes. No soy yo, les contesto; son las evidencias. Esta semana conocimos los resultados de las pruebas Internacionales Pisa del 2012, que miden los conocimientos de la educación básica en 65 países, en tres elementos específicos: matemáticas, lectura y ciencias. Pues bien, Colombia quedó de antepenúltima, solo por encima de Indonesia y Perú.

Para hacer más graves las cosas, descendimos siete puestos desde la última medición que fue en 2009. El informe asegura que mejoramos 1,1% en matemáticas, 3% en lectura, y 1,8% en Ciencias, lo cual es un avance pobre que combinado a la caída en siete puestos demuestra que los demás países avanzaron mucho más.

Ahora bien, ¿quiénes aparecen de primeros en estas pruebas? La respuesta es reveladora: Shangai, Singapur, Hong Kong, Corea del Sur, Japón, Liechtenstein, Suiza y Holanda; todas economías vitales y consolidadas. ¿Cabrá alguna duda de que la prosperidad económica de las naciones está directamente relacionada con el nivel de su educación?

De otro lado, también es importante saber que las mediciones las hace la Ocde, ese selecto club que agrupa a las naciones más desarrolladas, al cual Colombia pasó papeles el año pasado, y la dejaron en estudio. No sé si estos resultados interfieran en el ingreso a esa cofradía de los ricos, ya que finalmente lo que debe contar es la plata y las decisiones que afectan a la macroeconomía, pero si entramos seremos los más brutos del salón.

Y es que estamos lejos, muy lejos de los resultados que muestran los países de la Ocde. Así, en matemáticas, Colombia obtuvo 376, y el promedio de ellos es 494; en Ciencias, nosotros, 399 y ellos 501, y en lectura, conseguimos 403 frente a 493.

Con todo, lo más preocupante es que las mediciones se llevaron a cabo en Bogotá, Cali, Manizales y Medellín, que conforman lo que podríamos considerar buena parte del país formal, del país consolidado y moderno, y donde están instalados más del 75% de los mejores colegios. ¿Qué será de las escuelas en El Doncello (Caquetá), en Iscuandé (Nariño) o, no tan lejos, en Cucunubá (Cundinamarca)?

La culpa, entonces, no la tienen los muchachos. Doy fe de la buena actitud e inteligencia de la mayoría de los míos. Casi la culpa no la tienen inclusive los colegios, sino un sistema y unas políticas educativas muy mediocres, totalmente divorciadas de los flujos de pensamiento en el mundo, con estándares muy bajos de exigencia, anacrónicas en muchos contenidos, y con un cuerpo docente mal pagado, maltratado y con serios problemas también de formación.

Visto así, la educación sí puede ser equivalente a comprar un par de zapatos.

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