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Creo de verdad que el suicidio es una opción válida y respetable de toda persona cuando ya no encuentra razones para seguir en este ajetreo, en esta lucha en que la ley de oferta y demanda, los dogmas, la injusticia, la cosmética, la mentira, la prohibición a ser frágil, o viejo, o pobre, convirtieron la existencia de los seres humanos.
Sin embargo, aun en esos casos en los que quitarse la vida es un derecho y una decisión digna, siempre debe quedar un sentimiento de fracaso en los que rodean al suicida por no haber conseguido motivarlo a persistir, a intentar otras salidas, a volver a esculcar en el cajón donde se guardan los sueños y las esperanzas. De todos modos, que un muchacho de 16 años se suicide, y sobre todo por cuenta del subdesarrollo, no tiene razón de ser y es un estruendoso fracaso de la familia, del colegio, del Estado y de la sociedad entera.
Por eso el suicidio de Sergio David Urrego, un chico que debería estar graduándose de bachiller en dos meses pero que optó por acabar con su vida el 4 de agosto, no debe quedar simplemente en unos titulares conmovedores de prensa; tampoco en un plantón programado para el día de ayer frente al colegio Castillo Campestre, ni en los recurrentes llamados a no discriminar, a intervenir de una vez por todas en el fenómeno del matoneo escolar, y ni siquiera en los anuncios de Gina Parody de que el caso podría terminar en el cierre de ese plantel si, tras las investigaciones, se descubre que Sergio fue segregado por su condición sexual.
El suicidio de Sergio debe ser todo eso y mucho más: un alto en el camino para mirar adónde va la educación; en qué andan los adolescentes colombianos hoy con las nuevas realidades tecnológicas y el giro inevitable hacia la virtualidad que está tomando la vida, desde los juegos hasta los sentimientos; de qué tanto espacio existe en los colegios para asumirse distinto, y en últimas de cómo están funcionando las familias en la realidad, y no en el arquetipo clásico, por el que dan la vida el Procurador y otros obispos que solo conciben en la foto al papá, a la mamá, los dos hijos y el perro.
Algo o mucho está fallando en todo eso y el caso de Sergio nos lo muestra de una forma violenta. Claro que se cometieron arbitrariedades y errores con respecto a él: ¿con qué derecho un maestro le quita su celular a un estudiante e inspecciona sus fotos de archivo?, ¿cómo abordó la psicóloga del colegio este asunto de un romance entre dos chicos?, ¿es verdad que la rectora no le permitió regresar a clases?, ¿en qué momento la relación amorosa de Sergio y el otro adolescente adquirió tintes de acoso sexual, según la familia de este último? Con todo, el debate serio y profundo no debe quedarse solo en la resolución de esas preguntas.
Me impresionó profundamente entrar a la página de Facebook de Sergio David Urrego, que aún está vigente, y que muestra casi de una forma poética y desgarradora cuán especial era este muchacho, qué sólidas convicciones tenía sobre la equidad, sobre el feminismo, sobre el derecho a discrepar, a decidir sobre el cuerpo por uno mismo, todo impregnado de una fuerte consciencia hacia la fatalidad y quizás un sentido trágico de la vida. Allí, el 4 de agosto, la actualizó por última vez con un claro anuncio sobre lo que iba a hacer y que nadie supo leer en esa canción de Pink Floyd titulada “Adiós mundo cruel”.
En el Facebook de Sergio no se ven camisetas de fútbol ni imágenes chicaneras sobre paseos con amigos, discotecas o pintas de moda -como en las de cualquier adolescente común-; tampoco chistes sobre Natalia París ni invitaciones a rumbas. A cambio de eso se aprecian artículos sobre los anarquistas y la cuestión palestina; la reproducción de un cuadro llamado “Discutiendo la divina comedia con Dante”, de tres pintores taiwaneses; un video contestatario español titulado “Nuestros sueños no caben en sus urnas”; la convocatoria en la librería Lerner para asistir el 22 de febrero pasado al conversatorio “Las utopías son futuras realidades”, alrededor del pensamiento de Sábato; viñetas humorísticas de Quino sobre la sociedad de consumo y la lucha de clases, y muchas frases de personajes trágicos y malogrados como Édgar Alan Poe, Samuel Fielden, el mártir de los hechos del Haymarket en 1886 en Chicago; también de Sacco y Vanzetti, los inmigrantes que murieron en 1927 en la silla eléctrica por ser radicales de izquierda, y de Camilo Berneri, el anarquista asesinado por los comunistas en plena guerra civil española. Ah, y una foto en Cuba con el muro homenaje a Camilo Cienfuegos.
En una sociedad inteligente y evolucionada, Sergio habría sido rodeado de protecciones, de oportunidades para desarrollar su mente excepcional y su espíritu elevado. Aquí lo dejamos lanzarse desde la terraza de un centro comercial.