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En 2006, qué visionario fue el economista Clive Humby cuando dijo “el activo más valioso ya no es el petróleo, son los datos”. Esta emblemática frase de la cuarta revolución industrial, cada día es más evidente: en un solo día Google recibe más de 3.500 millones de búsquedas y WhatsApp 100.000 millones de mensajes. La abundancia de datos es el motor de las empresas del futuro, la eficiencia del Estado, y una mejor calidad de vida. Colombia, por su tortuosa historia de conflicto armado o por la pereza de crear normas y copiar las extranjeras, viene desarrollando una legislación hostil a los datos. Entendiendo los temores, los dividendos de la económica de datos, incluyendo los no-monetarios, son demasiado grandes para ignorar. Colombia debe ser protagonista, como mínimo en América Latina, de la revolución de inteligencia artificial.
Una mala distribución y apropiación de tecnología puede causar mayor desigualdad. Primero, hay un efecto de creación de riqueza que se distribuye en sus fundadores. La tecnología de la información representa ya 30% de la valuación del S&P 500 de la Bolsa de Nueva York, la cual llegó a nuevos records en febrero. Si estas empresas, no se fundan en América Latina o Colombia, la creación de riqueza se va a quedar en otras geografías. Sabemos que el talento colombiano puede crear empresas exitosas como Rappi o NuBank, pero necesitamos decenas no unas pocas. Si la materia prima que son los datos, no está disponible, no lo vamos a lograr.
También la tecnología genera valor si es utilizada de manera masiva. Un campesino con teléfono inteligente puede negociar mejor su café, al saber el precio internacional. Lo mismo un estudiante motivado en zona rural puede usar un chat bot de inteligencia artificial para aprender un nuevo idioma. Esto para no hablar del número de divorcios evitados por Google Maps de maridos que ya no se pierden conduciendo. Un estudio de Ucla que evaluó el impacto de la introducción de banda ancha en Brasil, encontró que, si bien la tecnología llevó a un aumento de 2,3% en ingresos de trabajadores, el incremento fue de 9% en ejecutivos y 19% para miembros de junta. El que más la usa, es el que más gana.
Dada la falta de empresas de tecnología emergiendo de Europa, mientras EE.UU. promociona búsquedas en Google y China más likes en TikTok, en Bruselas sacan regulación hostil a la libertad de datos. Colombia, inspirada en Europa, en 2012 sacó una ley de datos que preveía los mismos con un enfoque exclusivo al derecho a la intimidad. En algunos casos está bien, pero generalizado sale mal. Casi llegamos al ridículo que la SIC contempló sancionar a EE.UU. como país que no protege los datos.
Las nuevas generaciones tienen estándares de privacidad diferentes, sus vidas están “posteadas” en Instagram. Esfuerzos de no empadronar a los colombianos, se pierden con la adquisición de un teléfono inteligente. Siempre se debe permitir que una persona tenga la opción de excluir sus datos, pero el “default” debe ser la libertad de datos. Si nuestros datos no están en los algoritmos, es como si no estuviéramos en el mundo digital. Mejores datos significan crédito más barato, mejor seguridad y menor pobreza. Para apropiarnos de esta ola tecnológica tenemos que vivirla, sino después nos vendrán solo quejas.