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El conflicto de Israel contra Hamás se está extendiendo mucho más allá del Medio Oriente, siendo su más reciente víctima la presidenta de la Universidad de Pennsylvania, Liz Magill. Es una conversación que genera pasiones y malentendidos. En este caso, las tres presidentas de Penn, Harvard y MIT, en sus declaraciones frente al congreso de EE.UU., argumentaron que por sí solo un genocidio de judíos no violaba el código de conducta de estas universidades. La indignación fue de tal magnitud que, tras lograr la renuncia en Penn, varios activistas están apuntando a las otras presidentas. El incidente creó un debate sobre doble estándar en la academia.
Lo increíble es lo sorprendidas que están las presidentes con la indignación. Su argumentación se basa en las sentencias de la corte suprema de EE.UU. donde opiniones por sí solas, aunque sean ofensivas, no pueden ser sancionadas. Una cosa es el estándar de comportamiento para consecuencias legales y otra cosa es el deber universitario de guiar al estudiante. Argumentar a favor del genocidio de judíos, armenios, musulmanes, católicos o cualquier raza o religión, no es aceptable bajo ningún contexto. No debe estar presente en ninguna universidad. Sobra decir que, dada la historia reciente del holocausto y sinnúmero de actos anti-semitas, estas amenazas tienen credibilidad.
En algunas de estas instituciones, las teorías del presentismo, donde se ve la historia con los estándares morales de hoy, está construyendo una nueva moralidad. Es la lógica que lleva a condenar a Abraham Lincoln como racista y que durante el paro llevó a tumbar estatuas de los “colonizadores” de Colombia. Bajo sus nombres en inglés, estos “woke” reconstruyen la sociedad en función de “opresor” y “oprimidos”. Es un mecanismo de justificación de cualquier acto del oprimido para derrotar al opresor. De aquí, muchas voces lamentan que Hamás haya violado abuelas y asesinado niños, para después entrar a justificarlo. De la deshumanización de los israelís es que salen los llamados de genocidio contra los judíos. Es una nueva moralidad que es equivocada.
Especialmente sorprendente es lo que sí viola los estatutos de conducta de estas universidades. En los casos de sexualidad, se le da preferencia a la “verdad emocional” por encima de la ciencia. Si una persona se declara no binaria y alguien decide no utilizar los pronombres preferidos de esa persona, se constituye un acto violento y amerita suspensión. Carole Hooven, exitosa profesora de Harvard, que reconoce la fluidez en las preferencias sexuales, no estaba dispuesta a retractarse de la idea que la sexualidad biológica es binaria, fue tan agredida que le tocó dejar la universidad de Harvard. Hay tolerancia para unas ideas, pero para otras no, es claramente anti-liberal.
De la caricaturización del árabe como terrorista, sale la indolencia por sus víctimas, un fenómeno que también se debe combatir. Todos podemos ser más incluyentes en temas raciales, religiosos y preferencias sexuales. Esto se logra en la búsqueda de la verdad que puede ser incómoda y lastimar sentimientos. Si bien el contexto histórico es importante, robarle a una persona su individualidad al reducirlo meramente a la sumatoria de su perfil demográfico, puede ser el acto más discriminatorio posible.