MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
“La política no debe ser el arte de destruir al adversario, sino el arte de construir juntos un futuro común.”
No estoy del todo convencido de que la frase “no se puede ser neutral, se es de izquierda o de derecha” pertenezca a Simone de Beauvoir. Pero en realidad, esa disputa por la autoría resulta menor frente al verdadero problema que encierra: una visión empobrecida del pensamiento político, atrapada en la jaula binaria de los extremos.
Sospecho que detrás de esa sentencia se oculta una trampa retórica que disfraza de radical lucidez una visión maniquea del mundo. Como si la conciencia crítica, para ser válida, tuviera que rendirse ante alguno de los dos polos en pugna. Como si pensar, dudar, matizar o tomar distancia fueran pecados imperdonables en la liturgia ideológica de los tiempos que corren.
En política, lo sabemos, centro y neutralidad no son sinónimos. La neutralidad puede ser pasividad; el centro, en cambio, es una posición activa que busca equilibrio, sensatez y diálogo. No es una tierra baldía ni un páramo moral. Es -o puede ser- un lugar de responsabilidad, donde habitan quienes se resisten a la embriaguez de los absolutos, a la fe ciega de los cruzados de una sola idea.
El centro no es la cobardía del que se esconde, sino el coraje de quien se niega a odiar. En tiempos de trincheras, matices y puentes son actos de insumisión. Y en un país como Colombia, donde la polarización no es un fenómeno político sino una herida abierta, una fiebre de siglos, optar por una posición de centro es casi un gesto heroico.
Porque aquí los extremos no discuten: se aniquilan. Se matan con la palabra, con la mentira, con la calumnia… y a veces también con balas. Cada bando exige fidelidades absolutas, como si la política fuera una religión fanática, y no el arte de lo posible. En ese escenario, quien no escoge bando es declarado traidor, tibio o cómplice.
Pero el verdadero compromiso no siempre grita, ni necesita uniforme. A veces se expresa en la mesura, en la deliberación serena, en la renuncia al insulto. Y en esa línea, sostener una postura de centro -pensante, crítica, comprometida- es tan necesario como difícil. Porque el centro verdadero no es la comodidad del indeciso, sino el cruce peligroso de los fuegos cruzados.
Colombia necesita, más que un ganador, un punto de encuentro. Una fuerza política capaz no solo de triunfar en las urnas, sino de gobernar sin odio, sin revanchas, sin pretensiones de aplastar al otro. Porque cuando un radical llega al poder y el otro lo enfrenta no como oposición sino como enemigo, el país entero queda rehén de su guerra.
La democracia no puede reducirse a una pugna eterna entre dos bloques que se desangran. Es hora de abrir espacio al centro: no como una geometría electoral, sino como una ética del consenso, del respeto, del límite. Porque solo desde allí -desde el centro como acto de coraje- podremos construir una nación donde el pluralismo no sea una amenaza, sino una promesa.