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Este año no fue fácil para Colombia. La actividad económica se desaceleró como parte de un prolongado proceso de ajuste a un escenario petrolero menos auspicioso. El crecimiento este año va a haber sido bastante regular, el más bajo desde 2009.
La producción y exportaciones petroleras siguen caídas como resultado de un precio bajo. De hecho, a comienzos de este año el precio alcanzó el mínimo en 12 años. Los ingresos fiscales asociados al petróleo cayeron a cero. Como resultado, el déficit fiscal este año puede ser cercano a 3,9% del PIB, el más alto desde 2011. La inversión en el sector petrolero cayó cerca de 80%, tumbando la inversión total.
A pesar de la fuerte depreciación, las exportaciones no han respondido como se esperaba. Las exportaciones manufactureras permanecen deprimidas, evidenciando que el problema del sector va más allá de la tasa de cambio. Se reveló que varios subsectores modificaron su estructura productiva, incrementando la participación de insumos importados, mientras que el tipo de cambio estuvo fuerte. Por lo tanto, en esos casos, la depreciación tuvo el efecto opuesto al esperado. Sin embargo, sí se observó algo de sustitución de importaciones en el sector.
El gran líder de la industria fue Reficar, que jalonó el crecimiento del sector. La industria, excluyendo refinación, apenas está creciendo. El efecto de Reficar ya no estará presente el año que viene una vez se complete un año de operaciones. El sector de la construcción, en particular las obras civiles, se ha mantenido relativamente dinámico y deberá seguir así en 2017.
El gasto público ha sido importante para el crecimiento de la demanda local, mientras el consumo de los hogares se ha desacelerado. Sin embargo, esto no es deseable.
La economía también se ha visto afectada por una incertidumbre política importante: la finalización del acuerdo de paz, su posterior refrendación, el triunfo del No, la refrendación del nuevo acuerdo vía Congreso y luego las dudas acerca de la posición de la Corte Constitucional frente al tema del fast track. Esta cadena de eventos no solo ha polarizado a la población, sino que ha complicado la política. Esto, por supuesto, se ha reflejado en la calidad de la reforma tributaria que se va aprobar en el Congreso.
Es bien conocido que la reforma tributaria es una condición fundamental para evitar una reducción en la calificación de la deuda pública; se necesita para financiar parte del gasto de 2017, además de reponer, hacia delante, parte de los recursos petroleros perdidos. La versión que actualmente hace tránsito en el Congreso resultará en menor recaudo del requerido para cumplir con la regla fiscal, y ha perdido los incentivos que se incluían para el sector empresarial en términos de tasas de renta competitivas.
El año que termina ha sido un año difícil. El que viene puede ser algo mejor. La economía debería verse jalonada por el sector de la construcción, donde la inversión en las denominadas 4G juega un papel importante. Un precio del petróleo un poco más alto podría darle otro empujón a la inversión.
El gasto público seguirá siendo importante. La reciente reducción en tasas por parte del Emisor deberá comenzar a estimular la demanda, aunque se corre el riesgo de que la inflación se mantenga elevada. Ahora, la incertidumbre prevalecerá; la implementación de la paz trae consigo varios interrogantes, y las elecciones presidenciales determinarán la agenda del Gobierno y el Congreso. Será un año de transición, con un crecimiento regular, menos movido que este, pero sin duda interesante.