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Nunca le di mucha importancia a las noticias que salen de vez en cuando hablando de que tal o cual país es el más feliz del mundo. Mucho menos cuando en una ocasión Colombia apareció ranqueado en el tercer lugar del listado. Eso de armar un indicador con base en la felicidad me parecía más un invento de marca país para atraer turismo o una campaña publicitaria para vender cerveza que un esfuerzo serio. Algo parecido a lo que sucedió en el Reino de Bután, un país entre China e India, cuando decidieron cambiar el Producto Interno Bruto por el Indice Nacional Bruto de Felicidad.
Todo esto me sonaba a ligereza hasta que me encontré con una frase de Jeffrey Sachs, un reconocido economista que ahora dirige el Centro de Desarrollo Sostenible de la Universidad de Columbia. La traducción es mía, pero básicamente decía que, a través de los años, la lección que queda del Reporte Global de Felicidad es que el apoyo social, la generosidad entre las personas y la honestidad en el gobierno son los elementos cruciales para el bienestar. Si este profesor promueve los resultados del Reporte Global de Felicidad, es posible que detrás haya un esfuerzo mucho más serio del que yo pensaba.
Desde 2012 se viene publicando el reporte en el que con una metodología seria y liderado además de Sachs por profesores de universidades como Oxford, la Escuela de Economía de Londres y el Instituto de Desarrollo de Corea, clasifican a más de 150 países de acuerdo con los niveles de felicidad que reportan sus ciudadanos. Los datos que nutren el reporte salen de la encuesta mundial de Gallup que en 2021 llegó a nueve millones de ciudadanos alrededor del globo para conocer su percepción acerca de su felicidad y bienestar. Lo que busca es ampliar la caja de herramientas a disposición de los gobiernos para evaluar el impacto de las medidas que aplican y conocer mejores practicas a través de experiencias de otros países, más allá de indicadores tradicionales como el Producto Interno Bruto.
Los resultados están en línea con los tres elementos que menciona Jeffrey Sachs, y bajo esa perspectiva no sorprenden. El país más feliz del mundo durante los últimos cinco años es Finlandia, seguido de Dinamarca, Islandia, Suiza y Países Bajos, mientras que los últimos lugares entre los países evaluados corresponden a Afganistán, Zimbabue y Líbano. En cuanto a Latinoamérica, Costa Rica ocupa la posición 23, las más alta de toda la región, mientras que Venezuela es la última en el puesto 108.
Colombia aparece en el puesto 66 y al igual que la mayoría de países de la región, ha perdido posiciones desde el primer reporte. Mientras que en 2013 ocupó la posición 35, para 2018 había bajado dos posiciones y seis más en 2019. No es claro qué está detrás de ese descenso, pero si uno vuelve a los tres elementos que menciona Sachs, el apoyo social, la honestidad en el gobierno y la generosidad entre individuos, puede encontrar alguna respuesta.
Un reporte sobre la confianza de los colombianos en sus instituciones publicado por USAID y ACDI-VOCA en febrero de 2020, un mes antes de que iniciaran las medidas por cuenta del Covid-19, mostraba que sólo 9,1% confiaba en el gobierno nacional. En materia de generosidad, un informe elaborado por la Fundación de Caridades de Ayuda (Charities Aid Foundation) ubica al país en el puesto 51 entre 114 en un indicador que mide tiempo dedicado al voluntariado, donaciones y ayuda a desconocidos. Y en apoyo social no nos va mucho mejor. Ocupamos la posición 60 según el Indice de Progreso Social elaborado por la ONG Imperativo de Progreso Social.
En estas páginas he escrito que el poder de un presidente en Colombia, a pesar de lo que muchos creen, es bastante limitado. Una de las áreas en las que sí creo que tiene influencia es precisamente en generar un ambiente que facilite el camino hacia una mayor solidaridad entre nosotros los colombianos. Eso nos debería alcanzar para subir unos puestos en materia de felicidad.