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Los últimos meses he tenido la oportunidad de alejarme un poco de Bogotá. Físicamente. Cuando he regresado me encuentro con una ciudad un poco más desordenada, no sólo por la apariencia que le dan la cantidad de frentes de obra abiertos y las calles destapadas, sino en general por el caos que se vive. Es la manera en la que convivimos los bogotanos. Muchos peatones no respetan las cebras y cruzan las calles por donde les queda más cómodo; muchos conductores no respetan a los peatones en las cebras ni a los demás conductores en las calles y cierran carriles enteros parqueando donde les da la gana; muchos ciclistas no respetan a los peatones en las cebras ni respetan los semáforos ni a los carros ni el sentido de las vías; y ni hablar de los motociclistas: al parecer ya nos rendimos en el intento de organizar un poco la manera en la que se mueven por la ciudad.
Que hayan empeorado muchas de estas conductas podría ser resultado de la percepción. Estar afuera y vivir otra realidad puede afectar la manera en la que se reacciona frente a situaciones que se conocían y posiblemente se consideraban normales en el pasado. También es cierto que son comportamientos difíciles de evaluar. Nadie lleva cuenta de los ciclistas que andan en contravía, los motociclistas circulando sobre los andenes o los carros bloqueando carriles enteros para el resto de los conductores. De otros si las hay. En efecto, los colados de Transmilenio están creciendo. Hace un par de semanas un informe presentado en el Concejo de Bogotá estimaba que uno de cada cuatro usuarios no paga su pasaje lo que genera una pérdida de cerca de $10 mil millones cada semana en el primer semestre de este año. Parece entonces que el tema no es de percepción.
Da tristeza confirmar que Bogotá abandonó hace años cualquier esfuerzo por continuar con la cultura ciudadana. Muchos todavía recordamos el programa que Antanas Mockus lideró para que peatones y vehículos respetaran las cebras en los semáforos o que los ocupantes de los carros usaran cinturones de seguridad. Y lo innovador no eran los temas sino las formas con las que lo logró. No era la autoridad haciendo cumplir las normas. Era una gran cantidad de personas apropiándose de las normas en línea con la autoridad en su cumplimiento. Recuerdo mucho a los mimos en las cebras o las tarjetas con pulgares hacia arriba o hacia abajo que teníamos los ciudadanos para aprobar comportamientos de terceros o mandarles algo de castigo social a quienes rompían las normas.
Qué bueno sería volver a estos experimentos que tanto le dejaron a la ciudad. Me encantaría ver a los usuarios de Transmilenio sacando pulgares hacia abajo desaprobando el comportamiento de los colados, o a mimos sacando de los andenes a motociclistas o conductores respetando las normas de tránsito por temor a la sanción social. Nunca entendí porque un programa tan exitoso no tuvo continuidad. Varias veces escuché declaraciones de alcaldes hablando de sus programas de cultura ciudadana y supongo que se destinaron recursos y se llegaron a implementar. Ninguno se acercó al éxito que tuvieron los programas de la era Mockus. Con el tiempo esa conversación quedo atrás y nos centramos en si el metro era elevado o subterráneo, en cuantas más troncales de Transmilenio hay que construir.
Y sí, grandes obras de infraestructura son fundamentales en una ciudad del tamaño y la complejidad de Bogotá. Qué importante que las estén haciendo y que sean la continuación de la labor de administraciones pasadas. Temas tan estratégicos son de largo plazo y por eso requieren coordinación. Ojalá le dieran el mismo trato a la cultura ciudadana.