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¿Qué es lo más bello que tiene la vida? Oí preguntarse a dos amigos, uno de ellos dijo: “todo lo bello es efímero”. La respuesta llamo mi atención, quise participar, pero era un tanto inoportuno.
Hablar de la belleza es enfrentarse rápidamente a un gran obstáculo, el que constituye la propia palabra: suena cursi, ligero, etéreo, para muchos trivial, pues en esta época del pragmatismo constante hay una clara desconexión entre lo bello y lo útil, evidentemente hoy, se valora mucho más todo lo que advierte tener un sentido de utilidad inmediata y en ese orden de ideas, parecería, sin ser cierto, que la belleza no cumple o responde a ciertas necesidades prácticas, pues hablar de ella significa citar las emociones, la sensibilidad y el asombro, conceptos que con frecuencia se consideran poco “serios” que significan más una escena superficial que otra cosa, sin embargo, la belleza tiene más de un propósito profundo.
La belleza está ligada al bien, al orden y a la claridad, está vinculada con la forma que tenemos de percibir la vida, causa en nosotros un bello placer, casi siempre desinteresado, es también una expresión de poder y vitalidad, es aquello que nos conecta con lo mejor de nosotros mismos, nos genera armonía, inspiración y gozo, nos invita a apreciar todo lo cotidiano desde una óptica mucho más rica, nos impulsa a crear, experimentar en lo bello, provoca salir de la visión pequeña de las preocupaciones inmediatas, nos relaciona con posibilidades mucho más grandes, la belleza puede ser interpretada como una actitud hacia la vida, vida en la que se pueda alimentar la integridad con relación a la coherencia interna, o la empatía en cuanto al crecimiento del respeto y la admiración en otros, o a la humildad, entendiendo que somos parte de un universo mucho mayor a nuestras razones, o a la generosidad, pues la belleza misma está vinculada con la idea de compartir lo que nos motiva y provocar así el enriquecimiento mutuo, o la valentía, al considerar importante defender lo que nos agrada y resistirnos frente a la burla y a la destrucción, o a la esperanza, cuando creemos que en todo lo bello que nos sucede existe la posibilidad de un mañana mejor, o a la gratitud, cuando entendemos que la vida misma es un regalo.
Si apropiamos la belleza no solo como algo que contemplamos, esta se convierte en un eje integrador que expande los valores de una sociedad resquebrajada y débil.
Me pregunto ¿cuánto impacto positivo con respecto a la identidad, al sentido de pertenencia, a la creatividad, a la motivación, a la eficiencia, a la participación, a la continuidad, al bienestar y al desarrollo humano podría tener la aplicación de unas cuantas acciones a nivel individual y colectivo que integren la belleza como herramienta de transformación y nos induzca a buscar la mejor versión de nosotros mismos?
En un mundo donde el liderazgo y la esencia de la vida se encuentran en jaque, es imperativo rescatar lo bello como guía para cultivar un espacio para habitar mucho más grato y pleno.