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¿Es genuino lo que vemos?
Hay algo extraño en la forma de mirarnos de estos tiempos, hay algo extraño en las formas que observamos, en las figuras que nos rodean, en los mensajes que recibimos, en las historias que nos cuentan también hay algo extraño, de ratos imperceptibles, pero presente en los lugares más comunes donde la repetición se hace rutina, en los gestos de quienes conocemos y en los objetos que ya hemos tocado antes. Hay algo extraño que parece no encajar del todo.
Vivimos rodeados de imágenes: las personas, las ciudades, sus discursos, sus ofertas, sus logros, sus aplausos, sus victorias, sus delicias, pero ¿es todo como parece o todo se presenta ante nosotros con una capa sobrepuesta que algo oculta?
La vida se ha vuelto como un juego entre lo que se percibe y lo que se esconde, el reto parecería identificar diariamente qué cara se está vistiendo.
Siglos atrás, el honor era principio rector de la vida y provenía de la autenticidad; el Código Samurai, por ejemplo (bushido), exaltaba estos valores, la autenticidad se entendía como la alineación total entre el pensamiento, la palabra y la acción, en consecuencia el honor no solo implicaba ser fiel a los principios, sino actuar con justicia, lealtad, coraje y verdad, incluso, a costa de la vida misma, en el renacimiento, un ser humano debía buscar autenticidad a través del conocimiento, el arte, la filosofía, la ciencia, y más recientemente los principios de autenticidad a trazados a la libertad, surgieron buscando la ruptura a las estructuras monárquicas y feudales que imponían una falsa legitimidad basada en el poder y el linaje.
Lo de hoy es todo lo contrario, muy poco se busca la autenticidad, en la medida que más oculte, mejor, hoy se construye sobre la idea de todo lo que no se es, se exponen abiertamente las carencias como tesoros y las fachadas son retratos bien puestos, nadie puede negar , eso sí, que algunas de ellas están construidas con cada detalle, con amplia capacidad de invitar y seducir, generando una sensación de acceso directo a un universo fácil de comprender, y por supuesto, de desear para suplir ciertos anhelos. Vidas placenteras, empresarios exitosos, emprendimientos explosivos, danza de millones y de lujos: depresiones crecientes, personalidades ansiosas y suicidios frecuentes, el juego diseñado para construir una realidad que logre demostrar ser más real que la verdad más íntima, en el que el gran premio se gana al parecerse a todo menos a uno mismo, tiene ruta de no retorno, corroe la sociedad, la dinamita y la sumerge en dinámicas sociales y económicas insostenibles.
Dicen por ahí, algunas culturas más sabias, que todos tenemos tres caras: la primera, la que se muestra al mundo; la segunda, la que conocen quienes creen que más nos conocen; y la tercera, la que no se muestra a nadie, el único y más real reflejo de nosotros mismos, la cara que nos pertenece, la que nos puede dar paz o no dejarnos dormir.
Tristemente este mundo suele padecer de insomnio.