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Aún no sé si la confianza es un acto racional o emocional, o ambos. Sé que algunas teorías y escuelas advierten el primero basándose en la importancia de toda evidencia como hecho cierto y lógico, otras, por el contrario, validan lo segundo atribuyéndolo a la gran relevancia de las conexiones humanas y sus movilizadores de corazón. Lo que sí creo es que la confianza está relacionada íntimamente con la idea de moral, y profundamente con la posibilidad de establecer relaciones personales fértiles, la confianza evita el caos, es esencial para el bienestar común, sin confianza el orden colapsa, la legitimidad tambalea y el descontento humano se asevera, sin confianza es imposible evolucionar, sin confianza no hay virtud, la inseguridad reina, el sentido de confusión crece y se dificulta la construcción de vínculos verdaderos, la confianza es puente sólido que permite que las cosas fluyan, es un conector invisible que aproxima a la fe, es un acto sagrado, casi una entrega espiritual que permite combatir el temor, es un estado de apertura sin igual, es gracia y es flor.
La confianza es la base del propósito, sin ella poco tiene sentido, las relaciones pierden profundidad, todo es una amenaza, la sociedad se desmorona y se aturde, la desconfianza se asocia con fragmentación y traición, genera dolor, angustia e impotencia, las competencias se alteran, los motivos disminuyen y todo es incierto, vivir en medio de un círculo de desconfianza es una condena, un castigo sin nombre que enferma y mata.
En ningún ámbito de la vida podemos permitir que se arrebate la confianza, que se empañe la transparencia y con ella la integridad, que se ausente la consciencia, la responsabilidad, el compromiso, la coherencia.
Si en algún momento se desvía, como suele parecer y suceder, antes de su quiebre no será el final, será la gran oportunidad para construir algo más fuerte, que la palabra, el pensamiento y la acción sean un solo acto que nos permita contener con firmeza y autenticidad el ruido y el estruendo, pues al ser la confianza el espíritu de cualquier liderazgo, quien la dinamita también se dinamita, se desdibuja, se disuelve y se hace necesariamente insostenible, el castigo a quien produce desconfianza debe ser un llamado anticipado que evite la posterior desesperanza.
Recordemos que quien genera desconfianza en los demás, está exponiendo ampliamente su inseguridad, su incapacidad y su propia limitación para tener confianza en sí mismo, quien la impone o la instala, recibe soledad, desconsuelo y vacío, la perturbación que provoca quien la genera, afectará todo lo que está a su alrededor, incapacitándole y restándole todos sus fundamentos y disminuyéndole a su mínima expresión, momento en que quedara claro que la sociedad despierta ha respondido la inquietud y ha manifesta do la confianza como un valor fundamental proveniente en parte de su razón y en parte de su emoción y evidentemente, imposible de usurpar.