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“Hay un culto a la ignorancia, y siempre lo ha habido. La cepa del antiintelectualismo ha sido un hilo constante que serpentea por nuestra vida política y cultural, alimentando la noción de que la democracia significa que mi ignorancia es tan válida como tu conocimiento”.
Demoledor y vigente planteamiento, aún, 45 años después.
El 21 de enero de 1980, Isaac Asimov, escritor y bioquímico ruso-estadounidense, uno de los grandes autores de ciencia ficción y divulgación científica del siglo XX, publicó un artículo en la revista Newsweek, titulado “Un culto a la ignorancia”, en el que expone, entre otras, lo citado en el primer párrafo.
Asimov criticaba con preocupación cómo se habían distorsionado los valores y la libertad para justificar que cualquier tipo de opinión, por infundada que fuera, se consideraba igual de válida que el conocimiento basado en evidencia, le aturdía cómo se premiaba la simpleza por encima del pensamiento, criticó que las tasas de alfabetización y comprensión de lectura disminuían sustancialmente, lo que provocaría una sociedad mucho más vulnerable a la manipulación y la desinformación, y argumentó, que una sociedad ignorante es mucho más fácil de engañar y controlar. Dicho y hecho.
Su artículo, su crítica, es más vigente que nunca, pues la desvalorización del conocimiento ha evolucionado con la tecnología y las redes sociales, hoy, la opinión se expone sin filtro ni investigación, sin veracidad ni sustento, cualquier “pensamiento” impulsado por cualquier emoción se debate con la misma relevancia frente a una tesis sólida y bien elaborada, como si fuera poco, con una altísima posibilidad de tener aún más eco. La proliferación de información falsa es abrumadora; cualquiera puede difundir afirmaciones sin evidencia, y los algoritmos favorecen ese tipo de contenido que moviliza emociones bajas por su carácter polémico basado en la data, lo que provoca que el conocimiento experto sea totalmente despreciado.
La tendencia a rechazar puntos de vista distintos nos ha llevado a la sociedad del grito más que a la sociedad del diálogo. Cuando todas las opiniones valen lo mismo, el conocimiento se aniquila y se unge la barbarie; las personas van quedando sin herramientas para desarrollar pensamiento crítico. Entonces, es mucho más valioso memorizar datos que analizar información; en consecuencia, es más fácil aceptar afirmaciones que cuestionarlas.
Es muy importante que los líderes, los medios y la cultura popular reivindiquen la importancia del conocimiento, que este sea atractivo y accesible, entenderlo como algo fascinante más que como una carga; promover la curiosidad hace que la ignorancia no prospere. Este no es un problema reciente, pero tiene desafíos cambiantes. “El culto a la ignorancia” es un llamado a retroceder; una sociedad ignorante es una sociedad sometida o avivada por la escasez de palabra, de reflexión, de pensamiento y de espíritu. Cualquier ejercicio político, empresarial o personal que pretenda distraer de lo profundo, omitir la importancia de la preparación y el saber, debería ser más denunciable que plausible.
Bien decía Asimov: “La ignorancia no es un derecho, es una elección; solo quien valora el conocimiento puede decidir su propio destino”.